Resuenan tambores de guerra! ¿Y quién celebra la guerra? Preguntémonos qué ha pasado con los pueblos de Afganistán, Irak y Libia… ¿Qué pasaría con los pueblos de Siria, Irán y Corea del Norte en caso de guerra? Nadie quiere héroes de lo fatal: como dijo Rubén Darío “y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”. La guerra es la barbarie: es un acto animal… -donde nadie sale ileso-. Todos pierden, más que la vida, su condición humana, tanto el agresor como el agredido.
Para Joseph Stiglitz, la guerra significa que “unos hombres y mujeres se dedican a la brutal tarea de matar y mutilar a otros hombres y mujeres”. La mayor salvajada es contra inocentes, y esto el léxico militar sencillamente lo caracteriza como “daño colateral” (la gente estaba en el lugar y momento equivocado).
Estados Unidos es el “polizonte del mundo”. Y, ¿qué trascendentales decisiones deben tomar en función de la humanidad? El mundo necesita un decisor amante de la paz. Un decisor que no se equivoque en un guerra ciénaga y costosa para el mundo entero, como en Irak y Vietnam. A este respecto, Stiglitz reflexiona: “Incluso los mejores y los más inteligentes cometen errores de apreciación, y el sistema político estadounidense no siempre asegura que los mejores y los más brillantes lleguen a las cúspides de la toma de decisiones”.
Dicho lo anterior, quiero reseñar el libro del Premio Nobel en Economía Joseph Stiglitz, titulado “La guerra de los tres billones de dólares”. Ese fue el costo para Estados Unidos en la guerra de Irak. Como daño indirecto, esa misma guerra le costó al resto del mundo seis billones de dólares. Se trata de “La guerra de los nueve billones de dólares”.
El Nobel refiere como costos de la guerra los siguientes: costos económicos, costos de oportunidades, costos ocultos y costos futuros. En lo económico, queda claro que esos tres billones de dólares no provocan una bancarrota en la economía de la acumulación de capital más exorbitante del mundo. Los costos de oportunidad son el centro del estudio de Stiglitz: con tres billones de dólares, aún a cálculo inflado del estilo de vida norteamericano, se atienden infinidad de necesidades básicas insatisfechas del mundo excluido: se generan 45 millones de plazas de profesores, se ofrecen 129 millones de becas universitarias, se atienden en el sistema de salud a 360 millones de niños de escasos recursos, se construyen 24 millones de viviendas sociales.
El 19 de marzo de 2012 se cumplieron nueve años de la invasión a Irak por la Coalición de la Voluntad. La página 217 de la edición Taurus 2008 del libro de “…los tres billones de dólares” es clave; por ahí también se puede empezar la lectura, con un reporte preocupante para la humanidad: “Pero con todas las precauciones y todas las amonestaciones, Estados Unidos volverá, algún día, a entrar en guerra…”
Los tambores de guerra avizoran los nuevos Irak: la “primavera árabe” no ha sido gratuita; en Siria sigue pendiente un desenlace; el latente problema atómico en Irán; el conflicto Israel-Palestina, entre otros (todos tienen su factura en vidas). No obstante, a Estados Unidos ya no le queda bien ser el polizonte del mundo. Estados Unidos para mantener su hegemonía, su imperio, también lo puede hacer siendo “el buen samaritano mundial”: en un mundo moderno y desarrollado, tal vez la paz, la caridad, la solidaridad, la cooperación al desarrollo, podrían ser mejores mecanismos de conquista.
El empecinado gasto en guerra asombra e insulta a la penuria del mundo. África necesita del buen samaritano mundial. No puede ser que 10 días de guerra en Irak eran equivalentes a un año de cooperación del gobierno de los Estados Unidos para África. Dejemos 10 días de guerra, un cese al fuego mundial, una acción samaritana, y démosle un año de auxilio real a los africanos (los gastos en guerra mundial son 12 veces superiores a la cooperación al desarrollo). África y América requieren que Estados Unidos tome con seriedad los Objetivos de Desarrollo del Milenio; que no sean fondos asignados vía chantaje político, condicionalidades económicas o vaivenes sociales. Con tres billones de dólares que se gastaron en Irak, se hubiese asegurado un tercio o casi medio siglo de la cooperación al desarrollo desde los Estados Unidos (0.7% del Producto Interno Bruto), comprometida en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Para erradicar el analfabetismo en el año 2015 se requieren 8,000 millones de dólares, dos semanas de la guerra de Irak.
Joseph Stiglitz, quien viene de la macroeconomía ortodoxa, luego se involucra en la macroeconomía del desarrollo, después denuncia los malestares de la globalización, y finalmente gráfica las causas de la crisis financiera mundial; analiza la economía de guerra desde las fallas de un
Estado conservador-agresor. Como buen técnico, hace su ámbito de compromisos, y esboza que su intervención en el tema es independientemente de su apoyo o rechazo a la guerra, concluyendo que la guerra de Irak es un esfuerzo improductivo. Las críticas a un ensayo previo al libro fueron drásticas, aduciendo que Stiglitz concentró su análisis en los costos, más no leyó los beneficios de la guerra (lo que los economistas llaman análisis costo-beneficio). Stiglitz riposta diciendo que los beneficios de esta guerra son esquivos, y que es improbable que sean sostenibles en el tiempo. El reporte de costos del lado de Irak es el siguiente: falta de suministro eléctrico, alto nivel de desempleo, éxodo masivo, alto número de desplazados dentro del país, colapso de la clase media y violencia rampante.
Ante la catástrofe humanitaria continua, lo único que le queda a Stiglitz es la herramienta técnica. Me sumo a contravenir lo que ha establecido una tradición de economistas. No es cierto que la guerra es buena para la economía. Esta guerra significó incrementos en el precio mundial del petróleo, incremento en el gasto público de Estados Unidos, otros costos macroeconómicos para el mundo entero, y 4.6 millones de personas erradicadas de sus hogares.
El libro de Stiglitz publicado en 2008 me liga a mis preocupaciones contenidas en una publicación que hice en el año 2003, que rescata la historia económica de Nicaragua, en el periodo 1980-1993. Explícitamente describe el fenómeno de la hiperinflación en Nicaragua (33,656% en 1988). Con fines editoriales y de mercadotecnia, se intituló “Economía del populismo: Memorias de la inflación sandinista”. Las críticas infundamentadas no se hicieron esperar, porque a la política burda no le gusta la ciencia (no obstante, la biblioteca de INCAE reporta al libro como una de sus mejores adquisiciones del año 2003). A lo que Stiglitz advierte el problema con las fallas de un Estado conservador (e invasor), yo referí cinco años antes de su publicación las fallas de un Estado populista (nos debemos quedar con la idea de que los extremos son malos). Utilicé el método econométrico, con una sucesión de catorce regresiones lineales que iban desde demostrar que el déficit fiscal es una función del gasto público improductivo hasta demostrar que el logaritmo natural de la inflación es una función del logaritmo natural de la oferta monetaria rezagada (1% de incremento del gasto significaba 1.60% de incremento del déficit: 1% de incremento de la oferta monetaria rezagada significaba 0.76% de incremento de la inflación inercial). También el método histórico-aplicado, estudiando la inflación marxista y promarxista, keynesiana y postkeynesiana, kaleckiana, cepalina y monetarista. Las causas del problema eran economía de guerra, obesidad del sector público, restricciones presupuestarias blandas, subsidios al sector familia y supernumerario estatal.
Mis conclusiones fueron las siguientes: La agresión militar externa (aunque injustificada), no es diferente de otros shocks macroeconómicos, y deben aplicarse ajustes internos y externos. Los gobiernos populistas rezagan los ajustes por el ilusionismo de la aparente protección de su base social y política.
El populismo en el ámbito político tiene como ayudante a la mala economía: lo que esteriliza el ajuste. Agresión militar externa y mala economía interna son una combinación fatal. Las reformas económicas no deben ser a costa del detrimento de la institucionalidad existente.
Una reforma agraria que se adopta solo por razones políticas, al final es perjudicial para la exportación. Es factible y necesario combinar medidas de estabilización y de ajuste estructural (también política económica ortodoxa y heterodoxa). En el marco de esta guerra, en 1984, la Corte Internacional de Justicia ordenó a Estados Unidos la suspensión del minado de los puertos y el apoyo a la Contra; y en 1986, la Corte sentenció que Estados Unidos debía indemnizar a Nicaragua por los daños causados. Estados Unidos desconoció el fallo.
Estas son las conclusiones de Stiglitz (en la guerra donde se desconoció a la Organización de las Naciones Unidas): Las guerras no deben financiarse con fondos de emergencia. Para nuevas guerras y/o financiamientos, deben estar ligados a la revisión de las estrategias militares convencionales. Crear un elenco de cuentas militares-auditables, que incluyan aspectos laborales, prestaciones de seguridad social, asistencia sanitaria, entre otros. Reportar de forma sistemática las estimaciones microeconómicas y macroeconómicas de los costos de la guerra. Revisar la dependencia de contratistas en tiempos de guerra (tal vez solamente para ellos es beneficiosa la guerra). Evitar que las fuerzas armadas recurran a la Guardia Nacional. Recurrir a un impuesto especial de guerra (que sea admitido por los ciudadanos). Atender de forma expedita el derecho a la atención sanitaria de los veteranos.
La rebosante actitud de guerra nos dice que estamos frente a una catástrofe humanitaria. Para Stiglitz el cambio de rumbo es necesario a fin de “ganar las mentes y los corazones de la gente de todo el mundo”. “La dilapidación del papel de liderazgo de Estados Unidos en la comunidad internacional (…) puede constituir el mayor y más duradero legado de estas desafortunadas guerras”. “Los costos no acaban con el último disparo”. Keynes, disertó sobre las consecuencias económicas de la paz, estando en desacuerdo con las reparaciones de guerra impuestas a Alemania. Hayeck, renegó escribir sobre la maquinaria bélica. Yunus, el microcrédito es su arma de fuego.
En el siglo XXI: con un polizonte mundial, nos queda a todos la zozobra global; pero si se adopta un rol de buen samaritano mundial, aún nos queda la esperanza de un porvenir para todos.
* Para mantener su hegemonía y su imperio, Estados Unidos puede continuar siendo “el buen samaritano mundial”: en un mundo moderno y desarrollado, tal vez la paz, la caridad, la solidaridad, la cooperación al desarrollo, podrían ser mejores mecanismos de conquista.