El principal problema de Honduras es el de la pobreza galopante que sigue golpeando a miles de hondureños, mientras altos funcionarios del Gobierno, profesionales de la economía y políticos de la oposición debaten cifras más, cifras menos, del número de personas que habrían dejado de ser pobres en la actual administración.
El debate actual solo nos recuerda que este es un problema que más allá del impacto que tiene en los ciudadanos que luchan a diario por obtener los recursos necesarios para atender las necesidades básicas propias y de sus familias, pasa a ser, en tiempos de campaña electoral, una de las principales banderas de quienes buscan quedarse en el poder o llegar al mismo.
En medio de la polémica, al menos hay un acuerdo, aunque los números brutos muestren una reducción en los índices de pobres, lo que sí es cierto es que el número de hogares bajo la línea de la pobreza sigue manteniéndose igual, e, incluso, incrementándose.
Verdad es también que ni el actual gobierno, ni sus antecesores, han sido capaces de reducir los niveles estructurales de la pobreza en el país y, por ende, de encontrar la llave del camino a un verdadero desarrollo.
Han hecho, y siguen haciendo falta, políticas públicas claras encaminadas a sentar las bases de un desarrollo económico sostenible, inclusivo.
Hacen falta también políticas claras contra la galopante corrupción estatal que facilita el desvío permanente de fondos destinados, principalmente, a programas de atención social.
El de la pobreza es un problema multidimensional que requiere, a su vez, de respuestas multidimensionales para comenzar a ver su reducción.
La pobreza no es ni debe ser un tema de campaña política, porque mientras unos levantan su bandera para ganar votos, son millones los que no tienen los ingresos necesarios para alimentarse