Justificada desilusión y descontento colectivos con los partidos políticos y sus cúpulas. Nos sentimos defraudados ante el abismo entre lo prometido y lo cumplido durante décadas, con brechas cada vez mayores entre las promesas de profundización en el proceso democrático -incipiente y frágil- y las decepcionantes realidades.
“Más de lo mismo” no es una opción: ha llegado al punto de saturación, totalmente inaceptable y rechazado por el pueblo hondureño, que aspira a una renovación integral del actual orden de cosas y el impacto en sus existencias cotidianas.
Hemos llegado a un callejón sin salida, que de continuar con similares prácticas y enfoques manipuladores, oportunistas, demagógicos -que solamente benefician materialmente a muy reducidas élites-, en perjuicio de los intereses y aspiraciones colectivas, nos conducen al fracaso total, sin retorno.
Subsistimos en un Estado crecientemente deteriorado y degradado en múltiples aspectos: salud, educación, bienestar e inclusión social, desarrollo humano, seguridad, crecimiento económico, igualdad de oportunidades, respeto y vigencia efectiva de los distintos derechos humanos.
Urgimos de nuevas ideas y de políticos que hagan suyo el bien común antes que el beneficio individual y familiar, imbuidos de honestidad, integridad, capacidad, dinamismo, solidarios y comprometidos con la democracia como forma y estilo de vida, sin nexos ni compromisos con poderes fácticos ni vínculos con el narcotráfico.
¿Lograremos encontrar a mujeres y hombres con credibilidad, dispuestos(as) a comprometerse -genuina y sinceramente- con sus compatriotas en la construcción de una nueva Honduras? Ello implica una ruptura con el pasado ominoso, un nuevo principio con riesgos y desafíos que pondrán a prueba el carácter y entereza de quienes estén dispuestos(as) a aceptar los retos por venir, que empiezan por recuperar la confianza y fe ciudadanas en ellas y ellos.
