Opinión

¿Democracia sin oposición?

¡Vaya…! De manera que JOH empezó a mandar antes de jurar el cargo. Que en su discurso inaugural, convirtió en advertencias sus promesas electorales, y objetó la política de EUA contra las drogas.

Las siguientes dos semanas han sido frenéticas. Corrupción, seguridad, bloqueo telefónico en las prisiones, empleo, ciudad modelo en Choluteca, destituciones, reducción de gastos y consulados, reforma al servicio diplomático, narcotráfico (críticas más severas a EUA), han sido temas diarios de la acción presidencial.

Sus hechos indican que ya los tenía pensados antes de ganar las elecciones, algunos ya programados. Actúa antes de hablar.

A esto hay que agregar el significativo discurso del Presidente del Congreso.

Tiende la mano a la oposición. Llama a la tolerancia en la diversidad ideológica, e invita a “…disentir sin confrontar, poner pasión sin agresión…”.

Sin embargo, la oposición está paralizada. El régimen le ofrece la mano sin darle tiempo para reaccionar a sus decisiones, algunas quizás cuestionables, pero que agradan a las mayorías, ávidas de acción enérgica contra la corrupción, la inseguridad y la pobreza.

Pues, ¿cómo oponerse a decisiones postergadas durante décadas, que se han perdido entre el desgano y el miedo de los funcionarios, y los oscuros vericuetos de la burocracia?

Por otra parte, no hay partidos de oposición.

El Partido Liberal medra en el silencio de los inocentes, esperando que lo rescaten nuevos liderazgos todavía insospechados.

Libre no es un partido, sino una asociación de grupos dispares, con ideas políticas confusas, ligados apenas por la cohesión declinante de su carismático líder.

Pac fue una respuesta de las clases medias liberales, nacionalistas y neutrales que, hartas de la corrupción y de la tradición, acudieron al llamado de un hombre creíble. Pac no es un partido político.

Ambos debieran estructurarse y hacer una oposición sensata, pero su paso es de tortuga, comparado con el de la liebre que ostenta el poder.

Este es un momento difícil para nuestro ensayo democrático. Tenemos un gobierno legal, con un programa de reformas esenciales, pero no tenemos una oposición que le fije límites.

La parálisis de los partidos políticos proviene del bloqueo que los viejos líderes liberales y nacionalistas impusieron al ascenso político de las generaciones jóvenes en los últimos 30 años.

Eso esterilizó y estancó a los partidos. Líderes jóvenes y valiosos perdieron su oportunidad de servir al país y renovar su vetusta política.

A mediados de los 90, los espacios comenzaron a abrirse, más en el partido Nacional que en el Liberal. JOH, determinado y audaz, no necesitó más que una rendija para colarse y abrirse paso hasta la cumbre del poder.

Si JOH, según se propone, sanea el fisco, reorganiza el Estado, reduce la droga y el crimen, elimina la extorsión, levanta la inversión y el empleo, será aclamado por la gente, que le exigirá continuar más allá de su período.

Nadie querrá regresar a las desgracias que hoy vivimos, y muy pocos se inquietarán por los choques entre los cambios y las leyes.

Esta columna ha sostenido que la democracia no produce desarrollo; que, al contrario, el desarrollo produce la democracia.

Y que, como algunos países pobres hemos sido inducidos a recorrer el camino en sentido inverso, nuestro mayor desafío es conciliar ambos extremos de autoridad firme con democracia creciente y reducción paulatina del retraso y la pobreza.

¿Trae JOH una oportunidad para intentar tal innovación?

No lo sé. Ni siquiera si, como algunos insinúan, desearía renovar su mandato.

Pero sí sé que, bajo cualquier forma, la democracia no funciona sin oposición de partidos políticos, pues la crítica de la prensa y la acción de la sociedad civil son formas suplementarias, no primarias, de limitar excesos y abusos.

En la democracia moderna, la oposición comparte con el gobierno la responsabilidad de conducir el país.

Nada contribuye mejor al éxito de un gobierno que una oposición decente, consistente, que ayude a negociar los conflictos inevitables del poder y los intereses.

Construir tal oposición es la tarea más apremiante del estamento político. La alternativa sería, no se escandalice usted, una dictadura consentida, quizás hasta consensuada, pero dictadura al fin.