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Vaqueros modernos y emigrantes desesperados

La imagen evoca viejas películas del oeste: hombres blancos a caballo, armados, sombreros, chalecos, botas y las chaparreras de cuero que protegen el pantalón y las piernas; pero esta vez no perseguían indios demonizados por Hollywood, sino a desesperados emigrantes haitianos, que igual pudieron ser hondureños.

Estos modernos “cowboys” pertenecen a la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos, y fueron grabados por múltiples celulares que los emigrantes llevan, a pesar de su calamidad, porque son sus salvavidas cuando las cosas salen mal -que es casi siempre- y deben comunicarse con familiares que dejaron en casa, o que los esperan en su nuevo e incierto destino.

La peligrosa persecución a caballo y las amenazas de azotarlos con látigos causó una enorme indignación a muchos y conmovió a otros, tanto, que hasta la Casa Blanca en Washington lamentó los incidentes y prometió investigar a los irascibles guardias de fronteras.

Para ciertos sectores los emigrantes son un número, ahora récord, solo en julio la fuerza estadounidense detuvo a 212,000; pero si tuviéramos la improbable posibilidad de hablar con cada uno de ellos, descubriríamos atónitos sus descorazonadoras historias de abandono, marginación, pobreza, infelicidad, y la implacable sensación de que ya no tiene nada más qué perder.

Eso los hace atrevidos, respondones, evasivos, desconfiados; lo sabemos porque este oficio de contar cosas nos ha reunido con ellos en nuestras fronteras, albergues, y nos contaron entre dientes y en traducción del francés, cuando eran haitianos, su terrible drama; o en forzado inglés de algunos africanos, porque su suajili nativo aquí no hay quien lo entienda.

No conocen la historia ni el origen ancestral de su tragedia, no culpan a nadie de su miseria, y con dioses distintos, creen que no los desampararán; coinciden en que allá lejos dejaron familias, amigos; también son iguales los adioses, las nostalgias, y las esperanzas de que un día de estos cruzarán la frontera, tendrán trabajo, y mandarán dinerito al pueblo. Casi nunca pasa.

Tampoco tienen claro que en Washington, Ciudad de México o Guatemala, en oficinas climatizadas se reúnen funcionarios corbatudos para hablar de ellos, y decidir severas leyes de extranjería que les bloquearán el paso, y aunque dicen que respetarán sus derechos humanos y los tratarán con dignidad, lo ponen en letra pequeña y los guardias de frontera parecen no leerla.

Quienes sí se las saben todas son los traficantes de personas, que aparte de dar mala fama a los coyotes, engañan a miles para quitarles lo poco que tienen, y los llevan en un temerario viaje, que si logran sobrevivirlo, terminan enfrentando a modernos vaqueros con helicópteros, radios, drones, cámaras, armas automáticas.

Mientras las soluciones propuestas por tecnócratas para estos países tardan, a la frontera llegan más y más pobres, y seguirán llegando.