Columnistas

Suicidio nuestro de cada día

Falso que el suicidio sea indoloro, como ritma el tema (“suicide is painless”) de la insurrecta serie televisiva MASH (1970), canción compuesta por Mandel y Altman, sino que proviene de la angustia y genera angustia.

La conclusión unánime de los especialistas es que la gente se suicida porque no soporta el sufrimiento, de cualquier tipo, físico, psicológico, existencial, diciendo los manuales del tema que te aproximas a la fatal decisión cuando comienzas a elaborar frases tipo: “la vida no merece la pena, pronto dejaré de sufrir, para vivir así es mejor estar muerto, estoy cansado de luchar, quiero terminar con todo, pronto dejaré de ser carga, quiero quitarme de en medio, a veces quisiera no volver a despertarme”…, la tercera de las cuales es muy común en la población hondureña, y de allí probablemente, de esa visión desesperada, con angustia y permeada de ansiedad, que en breve período se incrementara en el país el número de personas empeñadas en finalizar su vivencia.

El suicidio exhibe desarreglos emotivos personales, obvio, pero a los que por veces activa un factor social. Quien ingresa a la experiencia del trabajo, ejemplo, imbuido de esperanza y con sueños de ascenso pronto en la escala social, al enfrentar severas restricciones de acceso a las pocas oportunidades que existen, al ser rechazado por calificarse debajo de la escala métrica de un pedigree con ascendencia doméstica de nombre, o por ser pobre o bajamente educado, si no al sentirse víctima de racismo y exclusión, el panorama vital se le torna oscuro y accesa a la desesperación. Se prosigue luchando, empero, batallando contra los obstáculos comunales, muchas veces rígidos y petrificados por pertenecer a clases, logias o élites exclusivas, pensando que si otros traspasaron las innobles barreras él o ella también podrán, hasta que el desánimo impera, llueve la desilusión, cunden los síntomas depresivos y cientos, si no millares de individuos optan por la poéticamente mal llamada “puerta falsa”, que es la absoluta anulación del Yo, el Yo sufriente e íntimo... Sentencia famosa literaria es aquella que afirma “morimos solos”, lo que es peor para el suicida pues carece (o lo cree) de otro al cual acudir para salvarse.

Tal no ocurre en Estados de bienestar histórico y socioeconómico. Acontece en sistemas totalitarios, con malevas dictaduras y desde esquemas diseñados para explotar con humillación al humano, al que cosifica, lo hace cosa, como el neoliberalismo presente, donde el mercado y sus “reglas”, la finanza, la especulación e incluso la corrupción forman íntegra parte de la estructura expoliativa de riquezas, sean escénico naturales o de gestación humana. Estructura esa nada inocente ni ignorante de lo que sucede pues integran sus cuadros directivos fulanos formados dentro de esferas superiores del intelecto —doctores, ingenieros, magísteres, licenciados— a quienes alguna vez deben haberles tocado la conciencia los temas de desigualdad social, de pobreza (67%) y de miseria (46%) reinantes en su entorno cultural.

Pero no les importa, tal es su clave del asunto. Que se suiciden dos o dos mil les es ingratamente indiferente, anestésicamente irreal, suicidándonos más bien les hacemos favor.