Columnistas

¿Remendar Honduras, o transformarla?

Desde el subdesarrollo y la miseria económica de la población, las reformas de Deng Xiaoping llevaron a China, en 40 años y ante los ojos incrédulos del mundo, al rango de segunda potencia planetaria. Cuando la ideología y la política fueron desligadas de la economía y asignada ésta a la inversión privada, Deng padeció también un antiguo y crucial problema: entendió que la elevada abstracción de la ideología impide aplicarla en directo a la realidad económica, concreta y específica, ligada a las necesidades, a las carencias y a las preferencias de la gente.

La cuestión que contradice en forma imperativa la aplicación directa de la ideología a la economía es precedida por una antigua duda sobre la capacidad humana para entender el fondo último de la realidad, tema que provocó un debate encendido entre los filósofos de la Grecia antigua: ¿puede el ser humano conocer la esencia última de las cosas y de los hechos, o no puede más que conocer las apariencias que nos informan los sentidos? Platón, Demócrito, Parménides, Pitágoras, Zenón, y otras luminarias, encendieron la hoguera del alegato, que continúa hasta hoy, atizada por los descubrimientos de la mecánica cuántica.

Y es que si no podemos ir más lejos que nuestros sentidos, las abstracciones elevadas del razonamiento sobre la naturaleza última de las cosas no pueden ser aplicables sin reservas a la realidad, cuya esencia definitoria es inaccesible.

Por ejemplo, el análisis matemático de la economía, que calcula con puñados de variables unos hechos humanos de variables infinitas, requiere una apreciación cautelosa y desprejuiciada, previa a las decisiones de política económica, a pesar del fiel amor que profesan los organismos financieros internacionales a los modelos econométricos. La decisión de Deng impidió las consecuencias que el poder de la ideología y los partidos comunistas tuvieron sobre las economías de la revolución soviética, la china (antes de Deng) y la cubana.

Pero esos errores son cometidos también con otros pecados ideológicos, que explican el fracaso del llamado modelo neoliberal, ideología que de manera similar ha sido aplicada a las economías del subdesarrollo, con intención política impuesta desde fuera.

De manera que mejorar nuestra economía orientados por la experiencia china, requiere también separar ideologías y sectarismos políticos de una economía basada en la inversión privada, como hizo China.

La escasa práctica de nuestro país en materia de cambios ha recurrido a la improvisación, sin considerar que toda transformación demanda una visión integral y una reforma total de la cultura rural. Hemos hecho por ahí ocasionales intentos aislados de obras y leyes, remiendos de la tradición, no transformaciones estructurales de la cultura, que incluyen, como bien lo hizo China, reformas profundas y simultáneas en la educación, en la salud, en la vivienda, con participación de la gente de todos los sectores. Las oportunidades para que los pobres organicen pequeños negocios u obtengan empleos, y para que los empresarios inviertan en negocios rentables, legitiman líderes y procesos, unen al país, reparten entusiasmo y esperanzas de realización sobre la marcha, que han sido vitales en el éxito chino.

Las relaciones con China serán elección de nuestro gobierno, entre remendar con otro sastre o transformar el país con un maestro experimentado. Remendar significa, según la RAE, “reforzar con remiendo lo que está viejo o roto, especialmente la ropa; reforzar con puntadas la parte gastada de una tela, o tapar con ellas un agujero en el tejido.” Otra acepción parece dedicada a la demagogia y al oportunismo: “Aplicar, apropiar o acomodar algo a otra cosa para suplir lo que le falta.”¿Tenemos tiempo para escoger entre remendar o transformar antes de que perdamos el país?