Con la cancelación del Temporary Protected Status (TPS, Estatus de Protección Temporal) para hondureños en Estados Unidos, son varias las consecuencias y derivaciones. Este ensayo aborda brevemente qué significará esa cancelación en términos de la resiliencia que ha caracterizado a las remesas familiares a lo largo de casi tres décadas de constante incremento. En principio, se estima que la salida obligada de unos 55,000 hondureños que han estado acogidos a este esquema migratorio durante 26 años y que según la orden del DHS (Departamento de Seguridad Interior) deben abandonar territorio estadounidense en un máximo de 60 días contados a partir del 7 de julio, se traduciría en algún momento en una reducción en el flujo de remesas de unos US$300 millones anuales. Estimaciones considerando el promedio mensual que envían a sus familiares en Honduras. La tendencia desfavorable se reforzaría con la sumatoria de otros obstáculos. Si a este factor sobre el TPS agregamos tanto la amenaza y agresiva captura de migrantes para su rápida deportación como el cobro del recién creado impuesto a las remesas y amenazas de aumentarlo, daría pie para pensar en una disminución irreversible del flujo anual de remesas captadas por la economía hondureña.
Sin embargo, la evidencia histórica demuestra claramente que las remesas familiares poseen relevante capacidad de resiliencia en el sentido de no perder crecimiento a pesar de las dificultades de diversa índole. Podemos citar tres momentos históricos claves durante los cuales se llegó a pronosticar y a dar por descontado una disminución irreversible de los flujos de transferencias familiares. Ellos han sido: a) La crisis o recesión entre 2001 y 2002 que disminuyó el PIB y aumentó el desempleo en EE.UU. junto a la crisis de la burbuja de las “punto com” y agravado por los atentados de septiembre de 2001; la recesión y crisis financiera de 2008-2009 y; el drástico confinamiento y parálisis económica de la pandemia de covid-19 entre 2020 y 2021. Resulta que todos estos “traumas” fueron soportados por el flujo de remesas recibidas en Honduras; exceptuando el pase de 2008 a 2009 (cuando disminuyeron temporalmente las remesas de 2,707 a US$2,402 millones), en el resto de años, los flujos siempre aumentaron.
En el caso de la recesión del 2001, cuando las remesas no tenían aún ni el peso ni el protagonismo económico actual, el flujo pasó de US$356 a US$482 millones entre 2000 y 2001. Luego, incrementaron a 647 y US$802 millones en los años 2002 y 2003 respectivamente. El primer millar de millones se alcanzó en 2004. Todo, a pesar de la ralentización del PIB estadounidense y del nivel de empleo.
Con la paralización de la economía y alta mortalidad en Estados Unidos durante la pandemia de covid-19 desatada a inicios de 2020 y agudizada en 2021, se tuvo temores muy fundados de que los hondureños disminuyeran sus envíos. Sin embargo, el flujo remesador incrementó desde 5,500 millones de dólares en 2019 a 5,741 y 7,369 millones en 2020 y 2021 respectivamente.
En síntesis, la resiliencia de las remesas es una característica de sobra probada. Habrá que ver en las nuevas circunstancias si se sostiene. El tiempo dirá si soporta esta nueva prueba de fuego. Queda demostrado también que debe contarse con una estrategia pragmática de disminución de la dependencia de las remesas.