Es palabra elegante, aunque de atroz significado. Expolia quien despoja con iniquidad (maldad, injusticia grande) a otros, usualmente con mentira y seducción, que es lo que hacen los gobiernos investidos de engaño: aparentar que todo marcha bien, si no perfecto, y que los tributos arrancados a la población tienen el mejor uso. Habemos carreteras, dicen, hay medicinas y empleos, salarios y sana vida, ocultándole al contribuyente la exacta nómina de lo que se hace con su dinero, muchas veces entrampada en secretividad.
En ese despellejamiento fiscal participan ciertos legisladores desarraigados del tejido social, o sea del beneficio a la sociedad, construida su cabeza sobre bases ilógicas de grosero desprecio al conglomerado. Son ignorantes o bien representan visiones tan clasistas (y pervertidas) que nada los hace cambiar.
Un caso. Desde 1970 los científicos europeos se dieron cuenta estadística de que sus pueblos bebían excesivo licor y que por ende sufrían enfermedades correlacionadas (El Vaticano consume 56 litros per cápita de vino al año, los franceses 2.2 litros, igual, de güisqui, para no citar al ruso con el vodka), y que los costos hospitalarios por tratamiento de emergencias y alteraciones de salud por esa causa aumentaban e iban progresivamente empeorando, volviendo escasos los presupuestos de los ministerios respectivos (salud, seguridad). Así que ingeniaron estrategias, entre las cuales destacó una sorprendente: liberaron a la cerveza de casi toda tasa impositiva.
Dado que la cerveza contiene bajo rango de alcohol (su usual es 4.5%), además de tener moderado precio (no en Honduras) y 90% de agua (por ello es diurética), a diferencia del ron (45% gay Lussac), el whisky (43%) y el brandy (38%), lo que convenía no era sumarle gravámenes sino, lo opuesto, volverla bebida popular ya que incita mucho menos a la recurrencia alcohólica (y porque es imposible que la gente deje de beber, adicional a que es su derecho antiestrés). La cerveza es en el mundo, así, corriente gusto de proletarios y clase media; los obreros nunca ingieren champán.
Aquella estrategia cargó la mano tributaria sobre licores destilados y compuestos, que emborrachan con menos cantidad y que generan mayores adicción y daño a la salud, viniéndose a ver décadas más tarde que en efecto habían descendido muy significativamente los índices no sólo de consumo según grado gay Lussac sino igual la ocurrencia a sanatorios por su causa, más ciertos datos de crimen y violencia. La experiencia obliga a meditar.
Pues es curioso que cuando en Honduras la élite propone financiar nosocomios contra quien enchufa la máquina expoliadora es el pobre. No se le ocurre a los proponentes (¡claro que se les ocurre pero no les conviene!) incrementar el costo a vinos, güisqui, ginebra, que es lo que ellos disfrutan. O eliminar la monstruosidad de exenciones (30,000,000,000 al año) de que ellos gozan y que perjudica al erario y el desarrollo. O castigar con impuestos al agua importada, los relojes de oro, las joyas faraónicas, las bicicletas de titanio, los autos de abusivo cilindraje, el caviar, o reducir al estamento de defensa ya que no estamos en guerra con nadie, o subastar la corbeta que hace un año quedó varada en cabotaje en La Ceiba sin jamás navegar y que costó US$30 millones: justo, justito, el monto para un bello y superdotado hospital…
La mente oligárquica ve al pueblo cual masa súbdita que jamás se superará y debe ser humillada, sin siquiera permitirle el placer de las frías cervezas, como anunciaba aquel célebre vendido… Pero con todo es sabia cosa: vamos identificando al enemigo.