Las cosas por su nombre

No es la primera vez que escribimos sobre la violencia que abate al país, pero siempre deseamos que sea la última

  • 09 de mayo de 2025 a las 00:00

No es la primera vez que escribimos sobre la violencia que abate al país, pero siempre deseamos que sea la última. Nuestra primera contribución en estas páginas, hace ya casi tres décadas, trataba precisamente sobre esta temática y recurrentemente, año tras año, lo seguimos haciendo -muy a nuestro pesar- porque el no hacerlo sería aceptarla como inevitable e imposible de cambiar.Hace varios años, recibí por vía electrónica el comentario de un lector que rezaba, exactamente así: “Yo he sido afectado directamente por esta excesiva delincuencia que tiene el control del país. Un hijo mío fue asesinado por robarle su motocicleta; nadie investigó, nadie hizo algo, a ninguna autoridad le importó. Sólo un dato más para las estadísticas. Me quedé sin mi hijo y sólo con una hoja de la morgue. Vivimos en un Estado inseguro, ineficaz, inoperante.La Constitución manda al Estado brindar seguridad a sus ciudadanos pero, al igual que muchas otras leyes ES PAPEL MOJADO”. La transcribo, respetando el contenido y énfasis que le dio este padre de familia, porque la suya es la opinión de muchos ciudadanos y ciudadanas que han experimentado tragedias personales como la descrita. Ciudadanos y ciudadanas, anónimos la gran mayoría, que esperan justicia para sus parientes y amistades y el fin de la impunidad en el país.La violencia e inseguridad son un problema de todos y todas, sin excepción. Día a día, contamos números de nuevas víctimas. Cualquiera puede ser la próxima persona que se sume a las estadísticas. La dimensión del problema es de tal magnitud que se sufre por igual sin importar posición social o económica.Sus causas son variadas y conocidas. La respuesta estatal para hacer frente a sus consecuencias es insuficiente y, a pesar de que haya quienes intentan argumentar con magras cifras, tablas y gráficos éxitos proselitistas, no pueden ocultar que la responsabilidad por los fallos es compartida por todos: partidos políticos (especialmente los que han gobernado), autoridades del sector y la sociedad en general.Todas las víctimas que hemos llorado eran vidas valiosas. Todas tienen nombre, madres, padres, hermanos, hermanas y amigos que les añoran. No obstante, de vez en cuando, ocurren casos emblemáticos que enlutan familias conocidas o de renombre, que tienen el poderoso efecto de provocar una ola de indignación generalizada que se convierte en una oportunidad para reflexionar sobre la magnitud actual de la inseguridad y de los desafíos que nos presenta.La evolución de los acontecimientos en los últimos tiempos revela que no estábamos errados quienes pedíamos acentuar las reformas en la seguridad y justicia del país, más allá de cambios de rostros, nombres de instituciones y consignas. Para ello se requiere voluntad y valentía -a pesar del dolor- para llamar a las cosas por su nombre. Así como lo hacen a diario, por todas las víctimas anónimas y nosotros, las familias que claman por respuestas ante los medios... o por vía correo. A ellas nuestro respeto, apoyo y solidaridad

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