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La Paz de Westfalia hasta hoy

El lunes anterior pasó sin asombro y disimulado otro aniversario del evento fundamental que formó sociedades, trazó mapas y cambió el mundo: el 24 de octubre de 1648 se firmó la Paz de Westfalia, el fin de las guerras que desangraban a lo que hoy es Alemania y a Europa entera, y creó el concepto de estado nación y la soberanía territorial, tan urgente en nuestros días.

En Westfalia, ahora territorio alemán, los estados reconocieron las fronteras entre sí y su respeto; cada uno tendría la libertad de decidir lo que conviniera a su población sin la injerencia política y religiosa de otros, eso que conocemos como soberanía. Hay quienes aún hoy no entienden eso.

Por aquel tiempo los europeos se odiaban a muerte -literalmente- y durante tres décadas estuvieron matándose con saña y brutalidad en el suelo que ahora es Alemania, y todo porque unos eran católicos y otros protestantes; la guerra de los Treinta Años, por la reforma a la Iglesia que Martín Lutero había iniciado un lejano siglo antes.

Allí cerca -entonces estaba lejos- había otro pleito a muerte desde hacía ochenta años: el territorio de Flandes peleaba su independencia de España, y la consiguió con los acuerdos de Westfalia, para formarse luego en las naciones que ahora despreocupados conocemos como Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo.

Europa era múltiples reinos dominados por la tiranía y la avaricia, que desembocaban trágicos en la vida dura y la muerte fácil, llenando de sangre y dolor las medievales ciudades, la peligrosa geografía de ciénagas y selvas. También llevaron sus maneras a ultramar, a nuestra maltratada América, a la vejada África.

Al final, en Westfalia firmaron todos: el Sacro Imperio Romano Germánico, españoles, franceses, holandeses, suecos y daneses, y quedaron en que nunca más se tirarían piedras; consolidando lo que ahora conocemos como diplomacia, relaciones internacionales, autodeterminación, soberanía, y tal.

Se aguantaron un tiempo, algunas generaciones, hasta que la barbarie y las vicisitudes los llevaron a la inevitable Revolución Francesa, las guerras napoleónicas, y más tarde las insufribles guerras mundiales y la deplorable Guerra Fría; pero en el fondo siempre prevalecía lo aprendido en los acuerdos de Westfalia para el armisticio y la paz.

En nuestros tiempos revueltos, varios han reclamado el principio westfaliano, desde Ucrania -con razón o sin ella- hasta la intención de aplicarlo entre los inflamables países del Medio Oriente, donde lo religioso, político y militar tienen una pálida línea divisoria y mantienen la zona en una eterna crispación.

También nuestros pequeños países tienen derecho a reclamar el sistema westfaliano que, en esencia, promueve la soberanía territorial, el principio de la no injerencia en los asuntos internos y la igualdad entre las naciones independientemente de su tamaño y su fuerza. Siempre hay mucho que aprender de la historia.