Columnistas

La educación 'neoliberal”

El neoliberalismo hace creer que atiende en forma óptima la necesidad educativa de Honduras; tesis falsa. Una llana inspección in situ reflejaría que muchas estructuras adolecen de servicios básicos y van al deterioro pero, sobre todo, operando con plataformas políticas del siglo XIX. La suma de desertores escolares era espantosa previo a la pandemia; aún hay maestros multigrado; faltan textos formativos, la pedagogía es deficiente, el profesor genera al desespero sus recursos didácticos.

El sistema a que los resistentes aspiramos es uno gratuito de seis a 16 años de edad, equitativo, democrático, vinculado a la sociedad y firmemente a los padres, que son responsables primeros de la mente de sus hijos. Una escuela que provea merienda de leche y pan a absolutamente todos los infantes, muchos de los cuales arriban al aula sin desayunar. Con totalidad efectiva de servicios elementales (agua, electricidad, compilación de basura más jabón y papel higiénico en baños) adicional a botiquín de sanitarios auxilios, seguridad perimetral y en lo ideal, para primeros cuatro grados, autobuses de hogar hasta escuela.

A cada centro debe proveérsele textos modernos y de interés local ordenados en bibliotecas infantiles y de primera consulta (diccionarios, enciclopedias virtuales o no), a estilo de la mejor de su clase en el país, edificada en Lepaera (Lempira) en conjunto por su municipalidad y Plan Internacional (https://hondurasisgreat.org/biblioteca-publica-honduras).

Pero más que lo concreto -imprescindible- impera la exigencia de la alta calidad. En 1950 Noruega era tan mísera como Honduras pero dispuso dar saltos cualitativos en educación y asignó dos maestros por aula entre primero y quinto grado, para sustentar al niño. Creó programas permanentes de capacitación progresiva a maestros, con oportunos estímulos económicos y de ascenso. Dotó a las instalaciones con instructores y espacios para ejercicio físico y estimuló la creación de abundantes concursos, certámenes, modos ludo educativos, clubes de ajedrez, dibujo, foto, pintura, audio que provocaran despegue mental del joven. El siglo presente demanda no sólo un adecuado edificio sino que cuente con servicios de computadoras, internet, video clases, equipos de sonido, proyección de imágenes, otros.

Y como nada funciona sin salud, la inicial grada de reconstrucción de la escuela hondureña se asienta en las vacunas (hepatitis, difteria, tétanos, tosferina, poliomielitis, rubéola), la visita sistemática de psicólogos, odontólogos y pediatras, pues no se da pueblo moderno en pueblo insano. Como tampoco ocurren sociedades democráticas en comunas ahítas con superstición e ignorancia.

Esto explica que una escuela sin transmisión de valores es esfuerzo vacío. Urge a la República contar con ciudadanos íntegros, honrados, respetuosos de la buena ley, con identidad comunal, solidarios y de conciencia indomablemente crítica con la realidad, pues sólo esas virtudes construyen patria. La escuela revolucionaria del siglo XXI se identifica así.

Tal es el sueño de quienes nos oponemos al neoliberalismo y a su hórrida dictadura obsoleta y vana. Empecemos en noviembre, por favor, a construirla.