'El Banquete”, del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), es uno de los cuentos de mayor perfección escritos en la literatura universal y, por supuesto, en la latinoamericana. Invito a los lectores a que degusten de este relato, aunque de todas maneras narraré a grandes rasgos su argumento para explicar mejor esta breve reflexión.
Fernando Pasamano, un funcionario del Estado de cualquier país latinoamericano, organizó junto a su esposa el banquete más impresionante de los alrededores con el fin de agradar al presidente y a su consejo de ministros y así conseguir un puesto importante en el gobierno, se barajaba por allí una embajada o alguna secretaría.
Como su casa no era suntuosa se vio obligado a modificarla, levantando y pintando paredes, comprando todo tipo de muebles y adornos; acomodando todo de tal manera que los invitados se sintieran lo más cómodos posibles. Su esposa apoyó la idea de que era una inversión, tan grande que gastó en los arreglos todo su haber.
Logró convencer -al calor del alcohol y la fiesta- al presidente de que era un candidato idóneo para ocupar un puesto importante. El presidente, antes de marcharse, le reiteró que no se preocupara, que el puesto era de él. Fernando logró su cometido.
Se fue a dormir siendo el hombre más feliz del mundo. A la mañana siguiente, su esposa lo despertó con el periódico en las manos, que informaba que aprovechando la magna reunión, un ministro había dado golpe de Estado y el presidente había sido obligado a dejar el cargo. Fernando gastó todo y se quedó con las manos vacías.
La adulación y “el conecte” es la forma en la que se consiguen los puestos y los trabajos en la realidad política de muchos de los países de Latinoamérica y Honduras no es la excepción.
Por estos días poselectorales vendrán los desencantos de los derrotados y a veces de los mismos ganadores que llevan trabajando varios años por un proyecto político, lastimosamente no pensado para la nación, sino para el partido, a veces incluso pensado solo a nivel personal y que, al igual que Fernando, se quedarán con las manos vacías.
Son muchos los hondureños que se desviven en el sol y en la lluvia por ver al final de los cuatro años ganar a su candidato para que le consiga una “chambita” a él o a sus familiares.
También por estos, los unos se subirán al tren de los otros y buscarán, como el camaleón, mudar su piel para “conseguir algo”.
Llamo a esto la cultura del banquete, en alusión a la magnífica obra de Julio Ramón Ribeyro. Sé que el país lleva funcionando así muchos años, pero no por ello deja de ser una actitud francamente mediocre que hunde al país en un agujero politiquero terrible.
Es por esto que los jóvenes ya no creen en los méritos como un valor, porque estos no son vistos como lo que deberían ser.