Columnistas

orprende cómo la crisis económica, social, axiológica, precisamente por esta, no desincentiva la evasión con que el pueblo enfrenta sus dificultades. La Semana Santa es la ocasión que aprovechan para gastar lo que no tienen y desperdiciar el tiempo. Construcción de incertidumbre. Una actitud ajena a la estación religiosa que no es excluyente con el comercio y en el servicio, fuentes de ingresos. No es de esperar una religiosidad modelo y pareja. Pero qué sería de esta sociedad sin fe en un Ser superior del qué sostenerse. Equivocado Marx, no Groucho, la religión no es el opio de los pueblos, puede ser su salvación. En esta sociedad de horror: la del joven de elevado espíritu de superación atrapado en una comunidad hostil, en que se amenazan sus sueños y su vida, hasta cortarla. Y con ello las de sus familias, de las que era esperanza y sostén. Las mujeres y hombres que defienden lo público, en una nación conmocionada y de luto permanente que les llora un rato para recordarles sin la eficacia que rompa la impunidad de sus asesinos, materiales e intelectuales. El joven ahogado en la falta de oportunidades empujado a la facilidad de la drogadicción y del delito y entonces a su destrucción. El asesinato de otras personas de bien, trabajadores honrados, como los transportistas, por resistirse a la extorsión. Y su desamparo vuelto amenaza por la autoridad obligada a protegerles. Todo un sin sentido al que la insensibilidad manifiesta de quienes nos conducen también enfrenta con la originalidad de su propia evasión: con superficialidad, ostentosidad y goce decadente del poder. Aferrarnos a expectativas no acorta la sospecha de que cambiar tanto es para que no cambie nada. A quién más que a Dios para aferrarnos, ante el riesgo crónico que suponen unas autoridades que son azote y no bendición. La evasión perjudica. Como la impunidad y la corrupción debe ser combatida. Para que los evasores en el poder no abusen en la evasión del pueblo