El golpe de Estado al Ejecutivo en el año 2009 significó un quiebre cualitativo en la realidad política hondureña; que dio paso inmediato a una dictadura liberal-cariista de seis meses y subsiguientemente a 12 años de gobierno nacionalista autoritario, absolutista y corrupto que dejó al país en precaria situación económica e internacionalmente avergonzado.
El líder máximo de ese partido, Juan Hernández, hoy en una cárcel neoyorquina, convirtió a Honduras en un narco-Estado, tal como lo demostraron los fiscales acusadores ante los jurados que luego sentenciaron a décadas de prisión a los hermanos Hernández.
En ese prolongado escenario de doce años surge un nuevo partido, producto de la fractura del centenario Partido Liberal, cuya rama progresista emigró a formar parte de un nuevo partido cuyo costo formativo se alcanzó en las calles hondureñas, luchando por la restitución constitucional y la democracia; con numerosas pérdidas humanas producto de la represión del nuevo gobierno nacional-liberal surgido a partir del golpe de Estado y las elecciones fraudulentas del 2013 y 2017. El año 2021 el nuevo partido, Libre, proporcionó una sorpresa electoral con el ascenso al poder una década después de su creación con una conspicua dama enarbolando banderas contra la desigualdad, la pobreza, la injusticia e impunidad.
Las expectativas del pueblo en 2021 fueron superlativas y los grandes logros sociales, económicos y de justicia de la presidenta actual demuestran que aún persisten monumentales desafíos de un cambio estructural que deberán satisfacer las aspiraciones de los votantes del 2025; pues un país no se transforma en cuatro años, es un proceso, no una revolución; el juego político es dentro del marco democrático.
Los objetivos son continuar las acciones necesarias para el logro de la justicia tributaria, la democratización de la economía, el adecentamiento de la justicia, la erradicación de las raíces de la violencia y las reformas estructurales en el sistema de salud y educación; metas que solo serán posibles si el pueblo se pronuncia con su voto consciente y no emocional el próximo 30 de noviembre asegurando la continuidad de la estrategia hacia una sociedad democrática participativa, directa e inclusiva, justa y solidaria.
Los nubarrones que oscurecieron a Honduras por 12 años aún están presentes, esperando de nuevo envolvernos en ese claroscuro que Gramsci describió cuando el sistema antiguo se niega a morir y el nuevo tarda en nacer. De ahí, que toca al pueblo acudir ordenada y civilizadamente a depositar su voto, pero, además, neutralizar anticipadamente los intentos de anarquizar la elección como hasta el momento lo han pretendido; desbaratando las variadas y sofisticadas maniobras para descarrilar las elecciones antes de que ocurran e incluso el propio día. Los fracasos recurrentes no han desanimado a los boicoteadores que perciben desde ya perdido su retorno al docenato nacional-liberal. La defensa de la democracia está ahora en las manos del pueblo.