Estuvimos en la torre de control del aeropuerto de Palmerola cuando empezaba a hablarse de construir allí la terminal aérea capitalina; la vista acristalada y privilegiada desde esa cabina nos mostraba un cielo limpio y un horizonte lejano en el valle de Comayagua, que el controlador de turno, dijo con nosotros, que un avión podría planear un buen rato sin problemas.
Eso nos llevó a comentar los aterrizajes aprensivos en el aeropuerto Toncontín, la inclinación del ala del avión que parece rozar los techos de la periferia de la ciudad, la vista del embalse y de los bulevares, los cerros amenazantes, ¿y cuando llueve? ¿y cuando hay neblina? ¡Uf! Quisimos, mejor, pasar a otro tema.
Entonces, nos fijamos en la pista: extensa, sumamente plana, aislada; y sin querer, volvimos a recordar Toncontín, la aproximación a tierra, la respiración contenida, aferrarse al asiento, el freno forzado, la inercia que aprieta el cinturón, unos se persignan, otros aplauden, y muchos nerviosos sonríen entre sí, por la experiencia compartida.
Pero, aunque uno sienta que despegar o aterrizar en Toncontín le quita algo de vida, y se registran varios accidentes -algunos terriblemente mortales- no son muchos más de los ocurridos en otros aeródromos, con una aparente mejor ubicación que el aeropuerto de Tegucigalpa.
Como sea, ya construyeron Palmerola en Comayagua, y el riesgo de aproximación ya no será tanto en el avión, sino el larguísimo trayecto para llegar al aeropuerto, los 70 kilómetros de viaje por la CA-5, la carretera que reporta la mayor cantidad de accidentes del país, con varios fallecidos.
Cuando uno de los miles de hondureños que residen en España visite su país, cruzará 16 kilómetros desde Barcelona hasta el aeropuerto El Prat, o los 15 entre el centro de Madrid y Barajas; o si vive en Estados Unidos, recorrerá 32 que separan Houston del George Bush, o los 12 desde el centro a la terminal de Miami... siempre hará más recorrido por carreteras aquí.
Y es que este será uno de los aeropuertos más lejanos: La Aurora está a 15 kilómetros de Ciudadde Guatemala; el Augusto C. Sandino a 11 de Managua; el Óscar Romero a 40 de San Salvador; el Juan Santamaría a 18 de San José; el Tocumen a 22 de Ciudad de Panamá; y hasta El Dorado, a 12 de Bogotá.
La carretera CA-5 es de las dos más transitadas de todo el país; y peor, es paso obligado de cientos de camiones y rastras que continuamente participan en espantosos accidentes, que no solo derraman cervezas en el pavimento, o atropellan la fila en las casetas de peaje. Si a eso agregamos a muchos conductores particulares entusiastas con el acelerador, el riego se agiganta.
Antes, el aeropuerto era para los ricos, ahora hay mucha clase media y trabajadores viviendo afuera que usan aviones. Aunque hay promesas de controles en carretera, ojalá sea cierto y que funcionen, porque el respeto vial no es una cualidad de los hondureños.
Eso nos llevó a comentar los aterrizajes aprensivos en el aeropuerto Toncontín, la inclinación del ala del avión que parece rozar los techos de la periferia de la ciudad, la vista del embalse y de los bulevares, los cerros amenazantes, ¿y cuando llueve? ¿y cuando hay neblina? ¡Uf! Quisimos, mejor, pasar a otro tema.
Entonces, nos fijamos en la pista: extensa, sumamente plana, aislada; y sin querer, volvimos a recordar Toncontín, la aproximación a tierra, la respiración contenida, aferrarse al asiento, el freno forzado, la inercia que aprieta el cinturón, unos se persignan, otros aplauden, y muchos nerviosos sonríen entre sí, por la experiencia compartida.
Pero, aunque uno sienta que despegar o aterrizar en Toncontín le quita algo de vida, y se registran varios accidentes -algunos terriblemente mortales- no son muchos más de los ocurridos en otros aeródromos, con una aparente mejor ubicación que el aeropuerto de Tegucigalpa.
Como sea, ya construyeron Palmerola en Comayagua, y el riesgo de aproximación ya no será tanto en el avión, sino el larguísimo trayecto para llegar al aeropuerto, los 70 kilómetros de viaje por la CA-5, la carretera que reporta la mayor cantidad de accidentes del país, con varios fallecidos.
Cuando uno de los miles de hondureños que residen en España visite su país, cruzará 16 kilómetros desde Barcelona hasta el aeropuerto El Prat, o los 15 entre el centro de Madrid y Barajas; o si vive en Estados Unidos, recorrerá 32 que separan Houston del George Bush, o los 12 desde el centro a la terminal de Miami... siempre hará más recorrido por carreteras aquí.
Y es que este será uno de los aeropuertos más lejanos: La Aurora está a 15 kilómetros de Ciudadde Guatemala; el Augusto C. Sandino a 11 de Managua; el Óscar Romero a 40 de San Salvador; el Juan Santamaría a 18 de San José; el Tocumen a 22 de Ciudad de Panamá; y hasta El Dorado, a 12 de Bogotá.
La carretera CA-5 es de las dos más transitadas de todo el país; y peor, es paso obligado de cientos de camiones y rastras que continuamente participan en espantosos accidentes, que no solo derraman cervezas en el pavimento, o atropellan la fila en las casetas de peaje. Si a eso agregamos a muchos conductores particulares entusiastas con el acelerador, el riego se agiganta.
Antes, el aeropuerto era para los ricos, ahora hay mucha clase media y trabajadores viviendo afuera que usan aviones. Aunque hay promesas de controles en carretera, ojalá sea cierto y que funcionen, porque el respeto vial no es una cualidad de los hondureños.