La magia, la adivinación, la hechicería y hasta la religión como recurso de dominio sobrenatural y no como relación con lo divino ha formado parte de la historia de la humanidad casi desde que nos consideramos civilización.
Incluso el arte tiene su origen en estos intentos por dominar las fuerzas que van más allá de lo humano; los primeros hombres, por ejemplo, pintaban o dibujaban las figuras de los animales que iban a cazar, de esta manera sentían que tenían algún poder sobre ellos y les sería más fácil cazarlos; también la música y la danza nacen como una ofrenda religiosa, es decir, como una manera de relacionarse con las divinidades; y qué decir de la literatura, que tiene su origen en todo tipo de mitos, incluyendo aquí al teatro, que por una parte era una ofrenda y por otra parte narraba hechos de las deidades griegas. Esto sin contar lo supersticioso que es el ser humano, que relaciona lo bueno y lo malo que le sucede a todo tipo de hechos, que van desde la ropa y su color hasta fechas y números específicos.
Las zonas rurales del país se han considerado como muy supersticiosas, que han dando cabida a muchas historias y leyendas de corte fantástico, sin embargo, no podemos decir que sea algo que solamente caracteriza a nuestras poblaciones rurales ni solamente a las personas mayores.
Nuestras urbes del siglo XXI también son parte de todo este tipo de ingenios para que todo marche mejor. Desde la simple lectura del horóscopo o las doce uvas que se comen a las doce de la medianoche en Año Nuevo, ya hay una intención de dominar el curso normal de la vida a través fuerzas ajenas a la nuestra como la posición de las estrellas o invocando la suerte. Las visitas a los hechiceros o, más técnicamente, magos, son moneda de cambio en las ciudades más grandes e importantes. Es común escuchar la frase: “le hicieron mal o maleficio”. Las principales entidades religiosas presentes en el país no descreen todo este tipo de situaciones y cada una tiene su discurso al respecto, advirtiendo al mismo tiempo a sus fieles sobre lo que estas actividades implican en la vida espiritual de un creyente. Pero a este hecho, que no podemos negar que forma parte de nuestra cosmovisión y de algún modo de nuestra manera de vida, es decir, nuestra cultura, se lo puede analizar desde otro punto de vista. Muchas de estas actividades han sido buscadas después de que con los recursos que como seres humanos naturalmente disponemos se han acabado.
Basta con mencionar el famoso “amarre” que consiste en que a través de recursos sobrenaturales se asegura la fidelidad y el “amor” de una pareja. Si hay necesidad de hacerlo, es porque con los medios normales del enamoramiento y de la seducción no fue posible conseguir la suficiente atención del otro.
Es por esto que es normal que en un país con tantos problemas y que ofrece tantas limitaciones se busque otro tipo de recursos. Es una medida que se antoja a simple vista desesperada, es a los ojos de muchos, la última instancia y la única salida. A veces es también un consuelo, porque el panorama se ve desolador y existe la necesidad de conocer el futuro, aún con el riesgo del engaño o de la dura verdad.