Como mencionábamos antes, causa regocijo saber buenas noticias sobre connacionales que logran destacar en algún espacio o actividad relevante, con méritos suficientes para volverse virales entre el 42% de usuarios de las redes sociales dentro de nuestras fronteras. Bien se trate de los reconocimientos al científico Salvador Moncada, de un gol de Anthony Lozano en España o del nombramiento de Marlon Tábora y Reina Irene Mejía en altos cargos en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o del poeta Rolando Kattán, galardonado con un premio internacional de literatura española, cada vez que el nombre de nuestro país se menciona positivamente se aprecian las bondades del rápido intercambio de información que favorece la internet.
Debido a los agrupamientos que llevan a cabo los algoritmos en las redes sociales, una vez que expresamos nuestra satisfacción por una buena nueva como esas a través de nuestros perfiles o cuentas (por ejemplo, en Facebook o Twitter), es muy probable que otros usuarios demuestren su acuerdo y simpatía, compartiendo la publicación, aprobándola (con un “Me gusta” o alguno de los variados iconos que sirven para ello) o haciendo lo mismo, con sus propias palabras.
Quizás nosotros hayamos hecho lo mismo y solo nos hayamos sumado a una tendencia entusiasta que supo reconocer en los triunfos de un o una compatriota la conquista de un logro que podemos sentir como si fuera de todos y todas, porque nos identificamos con él gracias a ese vínculo invisible que brinda una nacionalidad común. ¿Acaso no se siente lo mismo con cada triunfo de un deportista o selección que viste la camisa bicolor con sus cinco estrellas, aunque no seamos nosotros quienes nos esforzamos en la competencia?
El mismo principio y lógica de agrupamiento (“clustering”) ocurre con quienes escupen sus críticas y opiniones negativas cuando un connacional logra un éxito que pocos o nadie ha alcanzado dentro o fuera del país. Enjambres de censores se precipitan a cuestionar a quien destaca, con habilidad innata en encontrar el pelo o mosca en la sopa, encontrando sin mucho esfuerzo un ejército de innobles acompañantes dispuestos a destazar al objeto de su inquina. Bien podríamos parafrasear “Dios los cría… y las redes les juntan”.
Contrario al júbilo por el triunfo, se afila el cuchillo como si se trata de una afrenta que recuerda la propia miseria y fracasos. El reciente laurel del púgil Teófimo López -ciudadano norteamericano hijo de inmigrantes hondureños- contra un campeón ucraniano dejó en evidencia que, aunque el muchacho luzca un bordado con la bandera en su calzoneta, cargue el pendón bicolor al finalizar el combate o le dedique su gane al país que representó en las Olimpiadas, nada será suficiente para acallar las bocas de quienes no le perdonan el acento agringado ni el barrio en que en realidad creció. Si cada oveja va con su pareja, ¿quiénes son las verdaderas ovejas negras de estas historias? (continuará).