Hasta 1991 la mutua rivalidad y competencia por hegemonía, esferas de influencia política, militar, ideológica, enfrentó a dos superpotencias, cada una poseedora de armas de destrucción masiva: Estados Unidos y la Unión Soviética, en alianzas con otros países (OTAN, Pacto de Varsovia).
El monopolio nuclear estadounidense fue corto: la URSS fabricó su bomba atómica, luego la de hidrogeno a partir de 1949 y China en 1964. Con el lanzamiento del primer satélite artificial, Sputnik (1957), parecía que la URSS se imponía en la carrera espacial, que pronto fue alcanzada por su rival, cada una invirtiendo enormes sumas en su respectivo programa sideral y nuclear. Tras el colapso de esta, un inicial triunfalismo en Washington dio paso a la conclusión que se había iniciado otra etapa en la Guerra Fría, (1948), que presenció las disputas globales con Moscú, esta vez con China, el “gigante dormido”, la nación que tras el “siglo de la humillación”, el XIX, cuando su extrema debilidad interna fue aprovechada por naciones europeas para obtener concesiones comerciales y territoriales, por la Rusia imperial para despojar de vastos territorios a su vecina (algo similar a lo ocurrido a México en 1848 cuando la invasión estadounidense provocó la pérdida de más de la mitad de su territorio original), por Japón (conquista de Manchuria) y Estados Unidos, a partir de 1949, con el triunfo de su revolución, emprendió a costa de enormes pérdidas en vidas (el gran salto hacia adelante, la Revolución Cultural) su industrialización y modernización, pese al aislamiento diplomático impuesto por occidente y la guerra de Corea que la enfrentó directamente con Estados Unidos entre 1950-1953, concluyó cuando Nixon reconoció que era imposible ignorar la presencia e influencia de la nación más poblada del planeta; tras viajar a Pekín para entrevistarse con Mao (1972), rompió relaciones diplomáticas con Taiwán, hasta entonces integrando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, reconociendo a la República Popular como la única representante del pueblo chino, comprometiéndose a defender Taiwán si China intentaba incorporarla a su soberanía.
La actual rivalidad con Washington abarca lo comercial, financiero, militar, científico, tecnológico, a escala planetaria, en tanto lo ideológico ya no tiene la importancia que tuvo previamente cuando la URSS rivalizaba con Estados Unidos, ya que China ha adoptado un modelo económico mixto: socialista-capitalista. La recíproca imposición de tarifas a sus exportaciones es el más reciente capítulo de esta competencia, que ha tenido que ser negociada y flexibilizada dado el actual peso económico chino y su control de minerales raros, esenciales en la fabricación de semiconductores y autos eléctricos, en que lleva la delantera, al igual que en las energías limpias, no contaminantes.
Tal mutua competencia incluye el acceso a rutas polares a medida avanza el deshielo, facilitando la navegación, la comunicación satelital en el espacio, la inteligencia artificial -de infinitas aplicaciones civiles y militares-, la carrera armamentista. Cada una invirtiendo billones en tales rubros para fortalecer sus cuadros científico-tecnológicos. El pasado, presente y futuro de ambas superpotencias determina sus respectivos enfoques, metas, estrategias, con implicaciones planetarias.