Cuando el nuevo gobierno estadounidense tome posesión, para el cuatrienio 2017-2020, deberá enfrentar, sin dilación, graves y acuciantes problemáticas, de orden interno y externo, algunas de ellas aquí reseñadas.
A lo interior: continuar la reactivación económica, parcialmente alcanzada durante la administración Obama, que heredó la debacle de la gran recesión iniciada en el 2008, lo que incluye el crecimiento económico, la generación de empleos, el impedir que continúe creciendo, imparable, el déficit presupuestario y comercial.
Dicho crecimiento económico debe ir acompañado del desarrollo humano incluyente, ya que, en términos reales, la población desde hace años ve estancados los salarios y, con ello, su calidad de vida y poder adquisitivo. Si la clase media ha sido afectada, mucho más los millones de pobres que languidecen y cuando mucho sobreviven en un sistema económico, como el estadounidense, con una creciente concentración de la riqueza y las oportunidades.
Para el 2015, 22% de las y los niños estadounidenses vivían en situación de pobreza, en tanto en el 2008, cuando se inició la recesión, tal porcentaje era del 18%.
El consumo de drogas es de tal proporción que califica como una epidemia y un reto para la salud pública. El tradicional enfoque represivo ha fracasado rotundamente, pero aún no es reemplazado por otro que considere al drogadicto como un enfermo que requiere de prolongados tratamientos rehabilitadores.
Un sistema educativo público no competitivo en ciencias, lectura y escritura con el de otros países industrializados y una educación privada cada vez más costosa, particularmente en el nivel universitario.
Un sistema migratorio que urge de reformas radicales pero que ha sido bloqueado por el obstruccionismo republicano en el Congreso, actitud que también ha impedido completar la integración de la Corte Suprema de Justicia.
La brutalidad policial que se ensaña con la población afrodescendiente, la que solamente constituye el 12.6% del total poblacional, pero que alcanza porcentajes superiores del total de encarcelados.
Una infraestructura de carreteras y puentes que urgen ser reemplazadas.
Armas de fuego en manos de particulares que asciende al número total de población, lo que provoca matanzas cíclicas de víctimas inocentes a manos de desequilibrados mentales.
La venta al público de medicamentos alcanza precios excesivamente altos, superiores a los de otras naciones primermundistas.
A lo externo: las guerras en Afganistán, Irak, Libia, continúan imparables, resultado de la política belicista de Bush heredada por Obama. En el primer país, el Talibán avanza cada vez más en la toma de provincias y ciudades y las deserciones en el Ejército afgano aumentan. Irak y Libia continúan desangrándose, en un laberinto sin salida. Rusia ha retomado un papel protagónico en el Medio Oriente, particularmente en Siria. En Europa, Putin cuestiona el cerco tendido a su país por la expansión de la OTAN hacia el este, y se ha embarcado en el crecimiento y modernización de las Fuerzas Armadas. China hoy ya no solo es un formidable rival comercial, también cuestiona la tradicional hegemonía estadounidense en el sur y sureste asiático y aguas adyacentes. Igual que Moscú, también Beijing renueva sus arsenales y prosigue su exploración espacial, con propósitos potencialmente bélicos. Filipinas reconsidera su histórica alianza con Washington y se acerca, junto con Malasia, al dragón para distanciarse del águila. En tanto las condiciones de seguridad no se traduzcan en reducción de la violencia y generación de fuentes de trabajo, los migrantes centroamericanos intentarán, masivamente, penetrar a territorio estadounidense, pese a ser cada vez más difícil y peligroso tal desesperado intento por escapar de la violencia y desempleo.
Así, las nuevas autoridades deben hacer frente a retos de larga data que se suman a otros nuevos que acaparen la atención, voluntad y energías del nuevo gobierno.
*Historiador