Columnistas

Abismo y precipicio

Soy amante del diálogo al igual que la inmensa mayoría del pueblo hondureño, que pese al desánimo que lo abate y de la pérdida de credibilidad en los dirigentes políticos (no los puedo llamar líderes), sigue creyendo que “hablar” entre personas, cuando estas hacen un esfuerzo por ser racionales, constituye el único recurso para resolver discordias y limar asperezas, aun para terminar con conflictos cuya gravedad amenaza la paz.

En conflictos normales, el diálogo franco, esperanzador y prometedor de soluciones pacíficas solo puede alcanzarse cuando existen interlocutores responsables y condiciones como transparencia, ausencia de ventajismos, buena fe y sobre todo voluntad y deseo de hallar respuestas oportunas antes de que la crisis reviente.

Vivimos instantes angustiosos; toda una población a merced de lo que quiere, ambiciona y procura a cualquier costo un pequeño grupo de personajes y sus anillos de obcecados que se aseguran, así mismos, que su paladín es lo más grande que engendró la historia hondureña y que por eso son merecedores indisputables de todos los beneficios, prebendas, designaciones, privilegios y demás tesoros que ofrece el Estado.

El pueblo está a la expectativa de lo que puede ocurrir en las próximas horas; dos caminos se perfilan en el horizonte; en el primero, claudicamos a nuestros principios de respeto irrestricto a la Constitución y las leyes, aceptando una reelección ilegal e ilegítima, y le cedemos gentil y resignadamente el “sendero luminoso” al continuismo y la muy posible dictadura con un estilo centralista absoluto, improductivo (si se ve desde el punto del desarrollo humano), pero gallo para la demagogia populista de derecha, o bien, en la segunda opción, tomamos la senda que nos lleva al limbo de lo ignoto en materia de administración del Estado; a ese desconocido estado de mondongo ideológico donde se producirá una sopa de ideologías desfasadas con métodos de lucha irracionales e improductivos, ya superados por el avance tecnológico y las transformaciones en el sentir y pensar de los pueblos modernos.

En esta olla de estilos contradictorios estará el otro ingrediente de la “pócima mágica”, que es una especie de inexperiencia combinada con una fuerte dosis de improvisionismo disfrazado de ímpetu juvenil y un lenguaje que no le queda al muchacho de la película.

En pocas palabras parece que nos encontramos entre el abismo y el precipicio, usted decide cuál le queda mejor.