Las campanas de las catedrales hondureñas repicaron con solemnidad. Fue su manera de anunciar al país la partida del papa Francisco. En Honduras se le tuvo un aprecio especial. Su manera sencilla, directa y cercana hizo que muchos lo sintieran parte de su propia historia de fe. Antes de ser Papa, anduvo en bus como obispo en Buenos Aires. Conocía el tráfico, los empujones, los tiempos justos. Por eso, hablaba con conocimiento de causa sobre la vida cotidiana. No usaba grandes discursos, usaba palabras con peso humano.
En 2019, miles de hondureños peregrinaron hasta Panamá para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Muchos de ellos todavía recuerdan lo que sintieron al verlo de cerca, al escucharle hablar con franqueza y ternura. Fue una experiencia que marcó a una generación. Francisco también estuvo pendiente de Honduras. En varias ocasiones, durante su oración del Ángelus desde el Vaticano, pidió por el país, nombrando a Honduras con claridad y mostrando su cercanía con quienes no pierden la esperanza de un país más justo.
Su mensaje trascendía lo espiritual. En su encíclica Laudato Si recordaba que “la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán”. En un país golpeado por la deforestación, la contaminación y el abandono de las comunidades rurales, esa defensa de la “casa común” encontró eco. Inspiró a jóvenes, líderes comunitarios y grupos que buscan cuidar el ambiente como un acto de fe. Aunque durante su pontificado no visitó Honduras, el papa Francisco supo del cariño de este pueblo y de su devoción. En los jardines del Vaticano, donde reposa una imagen de la Virgen de Suyapa, más de alguna vez se elevó una oración por nuestra tierra. A través de sus palabras, su cercanía y su fe vivida, dejó una huella imborrable en el corazón del pueblo hondureño.
