Cartas al editor

Patriotismo o despotismo

Cuando de niños fuimos a la escuela, nuestros maestros y maestras mucho nos hablaron acerca de amor a la patria.

El programa de educación tenía entre sus ejes de enseñanza la asignatura de Moral y Cívica. Los sábados cívicos eran para inducir a los niños al bello arte del canto y la poesía.

En los grados superiores se nos motivaba a leer las obras de nuestros escritores: poesías, prosa y canciones folclóricas y costumbristas hondureñas.

Así empezamos a conocer a la patria; nuestros deberes para con ella.

Conocimos el verdadero significado de lo que es la patria: el suelo donde hemos nacido, el país al que pertenecemos, el pueblo del que formamos parte, la tierra que fue gloria de nuestros antepasados.

Compatriota es toda persona, hombre o mujer y hasta los niños que hemos nacido en el mismo suelo, dentro de sus fronteras terrestres, marítimas y bajo el cielo de la patria; por ello cada ciudadano la considera sagrada.

A la patria se le sirve con un solo interés: engrandecerla, poner muy en alto su nombre, hacerla productiva y poder mundializar su producción para hacerla más rica y respetada; sus recursos naturales son sagrados y como lo reza un documento de la Primera Asamblea Nacional Constituyente —reunida en Guatemala el 1 de julio de 1823 para el logro de la Independencia Absoluta de Centroamérica y redactado por el diputado guatemalteco José Francisco Córdova—: “Que las expresadas provincias representadas en la Asamblea, eran libres e independientes, así del antiguo como del nuevo mundo; y que no debían de ser patrimonio de persona ni de familia alguna”.

Surgen así, las Provincias Unidas de Centroamérica.

¿Qué tenemos ahora? ¡Un país desmembrado por zonas de supuesto desarrollo, saqueado, enfermo y la pobreza limosneando en las calles; con una educación a medias!

¡Pobrecita nuestra patria!