En 2003 apareció en la televisión chilena un noticiero diferente a todos: 31 Minutos. Aunque fue creado para el público infantil, terminó marcando a toda una generación.
Con títeres, humor y canciones memorables, logró algo que pocos programas habían intentado: enseñar a los niños a escuchar noticias y a interesarse por lo que ocurría a su alrededor. Era información presentada con ingenio, pero también con sensibilidad.
En cada emisión se hablaba de lo que ellos sentían, pensaban o temían, y eso bastó para ganarse un lugar en la memoria colectiva. Canciones como “Mi muñeca me habló” o “Me cortaron mal el pelo” parecían simples ocurrencias, pero daban voz a los pensamientos de los niños y convertían sus preocupaciones cotidianas en algo digno de atención.
31 Minutos enseñó a mirar la realidad desde la curiosidad y la empatía, en un formato que para los padres se parecía a las noticias, pero para los hijos era una ventana a un mundo donde la imaginación y el aprendizaje podían convivir.
Dos décadas después, ese noticiero volvió a los titulares cuando sus personajes se presentaron en el escenario del Tiny Desk Concert de NPR, en Washington D. C. En un espacio reservado para grandes artistas, Tulio Triviño y su equipo ofrecieron un espectáculo que mezcló humor, nostalgia y temas actuales como la migración.
Para muchos adultos que crecieron viendo el programa, fue como reencontrarse con una parte de su infancia que seguía viva y madura al mismo tiempo.
En Honduras, 31 Minutos también dejó huella. Muchos niños se sintieron identificados con sus personajes y su manera de contar el mundo. Hoy, esos niños son adultos que volvieron a escuchar las voces de sus primeros “periodistas” y recordaron lo que sintieron frente al televisor.
Tal vez algunos de ellos se convirtieron en comunicadores, artistas o creadores de contenido inspirados por aquellas historias que les enseñaron a observar, preguntar y contar. Más que un regreso, la presentación en el Tiny Desk fue una confirmación de su vigencia.
31 Minutos nos recordó que la infancia también construye memoria y que hay noticias que no se olvidan. Porque, al final, no hay nada tan importante como escuchar en exclusiva el sonido del mar.
