Por Pierre Espérance/ The New York Times
Casi todas las noches recibo llamadas de personas en zonas de Puerto Príncipe, Haití, atacadas por pandillas. “Por favor, pidan a la policía que envíe oficiales”, dijo un amigo. “¡Por favor, ayúdame! ¡Vamos a morir!”, me dijo.
La línea telefónica de emergencias de Haití es bastante inútil —a menudo, nadie contesta. La policía está superada en números y armamento por las pandillas, que se están apoderando de nuevos barrios e importando armas y municiones de Estados Unidos. Una fuerza internacional liderada por Kenia, con apoyo de Estados Unidos y las Naciones Unidas, brinda ayuda de manera inconsistente.
Por lo tanto, la gente busca ayuda donde puede, incluso de mí, director de una organización de derechos humanos en Puerto Príncipe. Durante años, mi organización ha pedido una reforma policial. Llamo a los coordinadores de operaciones policiales de la capital y les digo que la gente necesita ayuda. A veces, cuando llamo, la policía interviene. Otras veces, están involucrados en combates en otros lugares. Conozco a gente que ha corrido entre disparos para escapar de un ataque pandillero porque nadie venía a rescatarlos.
Si la Administración Trump toma en serio su objetivo de hacer que Estados Unidos sea más seguro y próspero, con un control migratorio más estricto, no puede dejar de intervenir en lugares como Haití.
Desde marzo pasado, cuando las pandillas se unieron para atacar al Gobierno, prácticamente han dejado de luchar entre sí por el control y, en su lugar, trabajan como un frente unido para violar, torturar y asesinar. Las pandillas también combaten a la policía y se apoderan conjuntamente de territorio. Han atacado hospitales, farmacias, escuelas y bancos. Los líderes de las pandillas están encontrando nuevas formas de bloquear a las fuerzas de seguridad, cavando zanjas en las vías y perforando agujeros en las paredes para colarse en los edificios. También esconden armas en lomos de burros, colocando la munición dentro de bidones utilizados para transportar agua y combustible.
El Gobierno haitiano no puede enfrentarlos eficazmente. Durante años, funcionarios del Gobierno han sobornado y armado a pandilleros a cambio de protección e intimidación a sus rivales. Las sanciones internacionales contra funcionarios haitianos demuestran la omnipresencia de los vínculos del Gobierno con las pandillas, la corrupción y el tráfico de drogas y armas. Las sanciones de Estados Unidos y Canadá han sido dirigidas a algunas de las personas más poderosas de Haití, incluyendo a dos ex Presidentes, tres ex Primeros Ministros y varios Ministros. Ahora incluso el nuevo consejo de transición, que asumió el cargo en virtud de un acuerdo negociado el año pasado con el apoyo de EU, incluye a tres miembros que han sido acusados de soborno.
Los miembros del consejo de transición también parecen más centrados en sus disputas internas que en erradicar a las pandillas. La policía me habla de la falta de municiones, gases lacrimógenos, drones, vehículos blindados y repuestos. Afirman no tener suficiente personal ni entrenamiento. El Primer Ministro y los miembros del consejo de transición me han dicho durante meses que están trabajando en ello —pero nada cambia.
En medio de todo esto, Estados Unidos ha cortado repentinamente la ayuda que mantenía con vida a muchos haitianos. Pocos lugares en el mundo dependían tanto de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) como Haití. La agencia ha gastado cientos de millones de dólares anuales en salud, alimentación y educación, incluyendo el financiamiento de alrededor del 40 por ciento de la atención primaria de salud que reciben los haitianos. La Administración Trump también ha comenzado a desmantelar otra agencia federal, la Fundación Interamericana, que ayuda a Haití.

Reconozco que estos programas de ayuda han tenido graves problemas. USAID ha sido a menudo derrochadora e ineficaz, y ha socavado a los agricultores y empresarios haitianos, así como la autoridad del Gobierno. Funcionarios estadounidenses han intervenido en las elecciones haitianas, contribuyendo a la descalificación de un candidato y al avance de otro, y los proyectos de infraestructura financiados por EU no han dado resultados. La fuerza internacional respaldada por Estados Unidos no ha reprimido los ataques de pandillas.
Pero el impacto de esta retirada fulminante de los fondos de ayuda exterior de Estados Unidos es brutal. Miles de haitianos han perdido acceso a atención médica. Los programas de comidas escolares para niños han cerrado por falta de alimentos. Ahora, cuando las familias acuden a mi oficina para denunciar ataques pandilleros, a menudo no han comido en días. Los referimos a programas de la ONU que proporcionan alimentos, pero no alcanzan. A menudo necesitan atención médica urgente, tras sufrir violaciones u otras lesiones, y no tienen dónde dormir. Ya no tenemos a dónde enviarlos.
La Administración Trump tomó medidas para eliminar la elegibilidad para estatus de protección para aproximadamente medio millón de haitianos que viven en EU y recortó un programa de visas humanitarias para miles más. En los últimos años, muchos haitianos huyeron a Estados Unidos con visas porque pandilleros amenazaron sus vidas, asesinaron a sus familiares y destruyeron sus hogares. Si son deportados a Haití, no tendrán a nadie que los reciba ni un lugar donde quedarse. Más de un millón de personas ya se encuentran desplazadas internamente.
La falta de estabilidad en Haití también afectará a otros países. Es casi seguro que más haitianos huirán a EU, República Dominicana y otros lugares. La expansión desenfrenada de las pandillas haitianas más allá de sus bases vecinales hacia los mercados transnacionales de drogas y las redes criminales, ya está llevando drogas ilícitas a EU. Algunos líderes de pandillas han anunciado la formación de partidos políticos e incluso amenazado con deponer al Gobierno. Esto agrava la volatilidad política de Haití y convierte a las pandillas haitianas en una amenaza aún mayor para otros países del Caribe y Estados Unidos.
Hoy en Puerto Príncipe estamos al borde de una toma total del control por parte de las pandillas. Marco Rubio, Secretario de Estado de EU, ha declarado que Estados Unidos seguirá financiando la fuerza liderada por Kenia destinada a apoyar a la policía. “Ayudaremos”, declaró en una conferencia de prensa en febrero en Santo Domingo. Si Rubio realmente quiere ayudar, debe convertir en política estadounidense el debilitamiento de las pandillas y el fortalecimiento de las instituciones haitianas. A media noche, la gente debería poder llamar a la policía y obtener ayuda.
Pierre Espérance es director ejecutivo de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos en Haití. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.
© 2025 The New York Times Company