Friedman: El mundo enfrenta una lucha entre inclusión y resistencia

Thomas L. Friedman plantea que los conflictos actuales reflejan una lucha global entre democracias integradoras y gobiernos que prosperan mediante el conflicto

  • 28 de junio de 2025 a las 22:19
Friedman: El mundo enfrenta una lucha entre inclusión y resistencia

Por Thomas L. Friedman/ The New York Times

El bombardeo estadounidense de tres instalaciones nucleares iraníes clave el 22 de junio forma parte de un drama de gran magnitud, que no se limita al Medio Oriente.

En mi opinión, la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin en el 2022, con el único objetivo de borrar del mapa su democracia e integrarla a Rusia, y los ataques a Israel en el 2023 por parte de Hamas y los apoderados de Irán en Líbano, Yemen e Irak, fueron manifestaciones de una lucha global entre las fuerzas de la inclusión y las fuerzas de la resistencia.

Se trata de una lucha entre países y líderes que ven al mundo y a sus naciones beneficiándose de mayor comercio, mayor cooperación contra las amenazas globales y una gobernanza más decente, y regímenes cuyos líderes prosperan resistiendo esas tendencias porque el conflicto les permite oprimir a su pueblo, fortalecer a sus Ejércitos y facilitar el robo de sus tesoros.

Las fuerzas de la inclusión se habían estado fortaleciendo de manera constante. En el 2022, Ucrania estaba cada vez más cerca de unirse a la Unión Europea. Esto habría aportado a Occidente una enorme potencia agrícola, tecnológica y militar, y habría dejado a Rusia más aislada —y luciendo un mayor desfase con su propio pueblo— que nunca.

Al mismo tiempo, la Administración Biden avanzaba rápidamente en un acuerdo para que Estados Unidos forjara una alianza de seguridad con Arabia Saudita. A cambio, Arabia Saudita normalizaría sus relaciones con Israel, e Israel iniciaría conversaciones con los palestinos sobre una posible creación de su propio Estado. Esta habría sido la mayor expansión de un Medio Oriente integrado desde el tratado de paz de Campo David entre Egipto e Israel en 1979.

¿Qué ocurrió? Putin invadió Ucrania para frenar el primer movimiento, y Hamas y apoderados de Irán atacaron a Israel para frenar el segundo.

¿Entiende el Presidente Donald J. Trump de qué lado está Putin en esta lucha global? Irán le ha estado proporcionando a Rusia los drones que ha utilizado para matar a ucranianos con mayor eficacia. No le pido a Trump que lance una bomba sobre Rusia, pero sí le pido que brinde a Ucrania el apoyo militar, económico y diplomático que necesita para resistir a Rusia —así como Estados Unidos está haciendo por Israel para derrotar a Hamas e Irán.

Todo es la misma guerra. Putin y los ayatolás quieren el mismo tipo de mundo —un mundo seguro para la autocracia, la teocracia y su corrupción; un mundo libre de los efectos de las libertades personales, el imperio de la ley y una prensa libre; y un mundo seguro para el imperialismo ruso e iraní contra vecinos de mentalidad independiente.

La economía china depende de un mundo de inclusión sano y en crecimiento, pero sus líderes también han mantenido fuertes vínculos con el mundo de la resistencia. Por ello, Beijing tiene un pie en ambos bandos —compra petróleo a Irán, pero siempre temeroso de que, si Irán consigue una bomba nuclear, algún día pueda dar una copia a los separatistas musulmanes de Xinjiang. Las compras de petróleo de China a Irán son la mayor fuente de ingresos externos de Teherán, lo que le ha permitido financiar a Hamas, Hezbolá y (hasta hace poco) a Siria.

Inicié mi trayectoria como corresponsal en Beirut en 1979. Estas son las cuatro grandes notas que cubrí ese primer año: la Revolución Islámica en Irán que depuso al sha; la toma de la Gran Mezquita de La Meca por yihadistas puritanos que intentaban deponer a la familia gobernante saudita; la firma del tratado de paz de Campo David entre Israel y Egipto; y la apertura del Puerto Jebel Ali en Dubai, Emiratos Árabes Unidos. El puerto surgiría como un centro global que conectaría el Oriente árabe —vía comercio, turismo, servicios, transporte marítimo, inversiones y aerolíneas de clase mundial— con casi todos los rincones del planeta.

Y así comenzó una lucha titánica entre las fuerzas de inclusión y resistencia en el Medio Oriente. Por un lado, estaban los Estados dispuestos a aceptar a Israel, siempre que hiciera progreso con los palestinos, y que también buscaban una integración más estrecha de la región con Occidente y Oriente. Por otro lado, se encontraban las fuerzas de resistencia lideradas por Irán, la Hermandad Musulmana y diversos movimientos sunitas puritanos y yihadistas que se gestaron en la Arabia Saudita post 1979 y que más tarde extendieron su influencia por toda la región.

Todos buscaban expulsar las influencias occidentales de la zona, a Israel de la existencia y a los gobiernos proestadounidenses —como los de Jordania, Egipto y la familia gobernante saudita— del poder.

Estados Unidos e Israel libraron esta guerra con sus Ejércitos, mientras que grupos como Al Qaeda e ISIS lo hicieron con células terroristas, e Irán lo hizo creando paulatinamente una red de ejércitos apoderados en Líbano, Siria, Yemen e Irak que le permitió controlar indirectamente los cuatro países —e incluso lograr un punto de apoyo en Cisjordania y Gaza.

El objetivo de la red de resistencia iraní era crear un eje antiisraelí, antiestadounidense y antioccidental que pudiera presionar simultáneamente a Israel en Gaza, Cisjordania y la frontera con Líbano —así como a Estados Unidos en el Mar Rojo, Siria e Irak y Arabia Saudita desde todas las direcciones.

Protestas contra EU e Israel en Teherán tras ataques de EU a instalaciones nucleares iraníes. (Arash Khamooshi para The New York Times)

En contraste, Estados Unidos, sus aliados árabes e Israel buscaron integrar mercados globales y regionales —en lugar de frentes de batalla— que incluían conferencias de negocios, élites, fondos de inversión, incubadoras tecnológicas e importantes rutas comerciales. Esta red de inclusión trascendió las fronteras tradicionales.

Quienes advierten contra un cambio de régimen en Teherán a menudo señalan a Irak como una advertencia. Pero esa analogía es errónea. El esfuerzo estadounidense de construcción nacional en Irak fracasó durante años, en gran medida (mas no exclusivamente) debido a Irán. Teherán, con la ayuda de su apoderado en Siria, hizo todo lo posible por sabotear el cambio de régimen en Irak, sabiendo que si Estados Unidos tenía éxito en crear un gobierno multisectario, razonablemente democrático y secular en Bagdad, sería una enorme amenaza a la teocracia de Irán, así como una democracia ucraniana pro occidental exitosa sería una enorme amenaza para la cleptocracia de Putin.

Es casi seguro que muchos sunitas y chiitas en el Líbano e Irak apoyan discretamente a Trump y al Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Creo que la mayoría de estos países no quiere formar parte de la resistencia. Por primera vez en décadas, un Estado sirio y un Estado libanés están siendo reconstruidos por líderes decentes, con mucha menos manipulación extranjera. La ausencia de la influencia maligna de Irán es una condición previa para ello.

La otra condición previa fue el surgimiento del Príncipe heredero Mohammed bin Salman de Arabia Saudita en los últimos ocho años.

La redefinición de Arabia Saudita por parte de Mohammed como el mayor motor del comercio regional, la inversión y la reforma del islam ha sido un aporte vital para los integracionistas del mundo árabe.

No hago predicciones sobre lo que sucedería en Irán si cayera el régimen allí. Podría ser caos encima de caos. También podría ayudar a liberar al pueblo iraní y a sus vecinos de la inestabilidad generada por Irán.

Pero esa no es la única condición previa para alguna clase de final digno a este drama.

Israel es una democracia con mucha gente que quiere formar parte de un mundo de inclusión. Pero tiene un Gobierno mesiánico, el más extremista en su historia, que aspira abiertamente a anexar Cisjordania y posiblemente también Gaza. Esa aspiración constituye una amenaza fundamental para los intereses estadounidenses, los intereses de Israel y los intereses de los judíos de todo el mundo.

Parafraseando a mi amigo Nahum Barnea, columnista israelí, me opondré sin tapujos a la agenda anexionista de Netanyahu, a su negativa a siquiera considerar un Estado palestino en condiciones de seguridad y a su intento por deponer a la Suprema Corte de Israel. Y lo elogiaré sin tapujos por enfrentar a este terrible régimen iraní, como si Israel no estuviera en las garras de sus propios supremacistas judíos liderados por Netanyahu, quienes amenazan un Medio Oriente más inclusivo. Elogiaré sin tapujos a Trump por sus esfuerzos por reducir la capacidad de Irán para fabricar bombas nucleares. Y me opondré a sus acciones autocráticas en casa como si no estuviera combatiendo la autocracia iraní en el extranjero. Todo ello es cierto y debe ser dicho.

Si queremos ver el triunfo de las fuerzas de integración en esta región, lo que Trump hizo militarmente el 22 de junio es necesario, pero no suficiente.

El verdadero golpe de gracia para Irán y todos los que se resisten —y la piedra angular que facilitaría a Arabia Saudita, Líbano, Siria e Irak normalizar las relaciones con Israel y consolidar la victoria de las fuerzas de inclusión— es que Trump le diga a Netanyahu: “Salgan de Gaza a cambio de un alto al fuego de Hamas y el regreso de todos los rehenes israelíes. Permitan que una fuerza árabe de mantenimiento de la paz se instale allí, con la aprobación de una Autoridad Palestina reformada, y luego inicien el largo proceso para que los palestinos construyan una estructura de gobierno creíble a cambio de un cese a la construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania. Eso crearía las mejores condiciones para el nacimiento de un Estado palestino allí”.

Si Trump puede combinar la reducción del poder de Irán con la construcción de una solución de dos estados —y ayudar a Ucrania a resistir a Rusia tan abiertamente como está ayudando a Israel a resistir a Irán— hará una contribución histórica a la paz, la seguridad y la inclusión tanto en Europa como en Medio Oriente.

© 2025 The New York Times Company


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