Por Franz Lidz/The New York Times
En 1947, el explorador noruego Thor Heyerdahl y cinco tripulantes zarparon de Perú en una balsa de madera para comprobar su teoría de que antiguas culturas sudamericanas podrían haber llegado a la Polinesia. La frágil embarcación, llamada Kon-Tiki, cruzó varios miles de millas náuticas del Pacífico en 103 días y demostró que su idea era al menos factible.
En el 2019, con un ánimo similar, un equipo dirigido por Yousuke Kaifu, antropólogo en la Universidad de Tokio, construyó un cayuco —una canoa construida por el vaciado de un tronco de árbol— para estudiar otro aspecto de la migración en el Pacífico occidental: ¿cómo sortearon los antiguos humanos la poderosa corriente marina Kuroshio desde Taiwán hasta las islas del sur de Japón sin mapas ni embarcaciones modernas?
“Recurrimos a la arqueología experimental, en una vena similar a la del Kon-Tiki”, explicó Kaifu.
Dos estudios nuevos publicados en la revista académica Science Advances presentaron los resultados de esos experimentos. En uno, modelos oceánicos avanzados recrearon cientos de viajes virtuales para identificar las rutas más factibles. El otro traza el recorrido de 45 horas que realizó la tripulación de Kaifu desde el este de Taiwán hasta la isla de Yonaguni, en las islas Ryukyu en el sur de Japón.
Los cinco marineros remaron la canoa de casi ocho metros, bautizada como Sugime, por 122 millas náuticas en mar abierto, guiándose por las estrellas, el Sol y el viento.
“El equipo de Yosuke Kaifu ha encontrado la respuesta más probable a la interrogante de la migración”, dijo Peter Bellwood, arqueólogo en la Universidad Nacional Australiana, quien no participó en la iniciativa.
Esa travesía habría sido una de las más antiguas y largas en la historia de la humanidad hasta ese periodo, dijo.
Es probable que los primeros humanos utilizaron puentes terrestres y embarcaciones para viajar al archipiélago japonés. Se habían propuesto tres rutas principales: de Corea a Kyushu, de Rusia a Hokkaido y de Taiwán a Okinawa. Reliquias de seis islas dentro de la cadena Ryukyu de mil 200 kilómetros indican que gente migró allí entre hace 35 mil y 30 mil años, llegando tanto del norte, vía Kyushu, como del sur, vía Taiwán.
“Las islas siempre estuvieron ubicadas a por lo menos 80 kilómetros de la costa de Asia Oriental, incluso durante la última glaciación con sus bajos niveles del mar, y hasta a 175 kilómetros de distancia entre sí”, dijo Bellwood.
En el 2016, Kaifu convenció al Museo Nacional de Ciencia y Naturaleza de Japón, donde trabajaba, para que patrocinara el proyecto. Su equipo intentó recorrer la ruta de 40 millas náuticas desde Yonaguni hasta las islas Iriomote en embarcaciones hechas de juncos. Las embarcaciones eran demasiado lentas para soportar las fuertes corrientes.
En el 2017, con el apoyo del Museo Nacional de Prehistoria de Taiwán, experimentaron con balsas de bambú y ratán. Un prototipo era resistente, pero no lo suficientemente rápido como para sortear la Kuroshio. Una versión más ligera era propensa a agrietarse.
Tras calcular que cruzar la Kuroshio requeriría una velocidad de al menos dos millas náuticas por hora, Kaifu buscó materiales más pesados. Un gran cedro japonés fue tallado con hachas de piedra. Hace seis veranos, el Sugime zarpó de Taiwán. El viaje fue un éxito.
¿Llegaron los antiguos marineros a las Ryukyus por accidente? Kaifu observó que las islas podían divisarse desde una de las montañas de Taiwán, lo que indicaba un viaje intencional. Para comprobarlo, su equipo colocó 138 boyas a la deriva con seguimiento satelital y descubrió que solo cuatro se acercaron a menos de 19 kilómetros de las islas, y esas habían sido impulsadas por tormentas.
“Esto nos indica que la Kuroshio aleja a los navegantes de las islas Ryukyu, en lugar de acercarlos”, declaró Kaifu. “También nos indica que esos pioneros, hombres y mujeres, debieron ser remeros experimentados con estrategias eficaces y una férrea voluntad de enfrentarse a lo desconocido”.
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