Por: Omar G. Encarnación / The New York Times
España vive un momento de ir contra las tendencias políticas occidentales. El País recientemente reconoció a Palestina como Estado, se resistió a la exigencia del Presidente Donald J. Trump de que los miembros de la OTAN aumentaran su gasto en defensa al 5 por ciento del PIB, y avanzó en programas de diversidad, equidad e inclusión. Pero no hay mejor ejemplo de que España sigue su propio camino que la inmigración. En un momento en que muchas democracias occidentales intentan mantener a los inmigrantes fuera, España los acoge con valentía.
Los detalles son impactantes. En mayo entraron en vigor nuevas regulaciones que facilitaron la obtención de permisos de residencia y trabajo para los migrantes, y el Parlamento español comenzó a debatir un proyecto de ley para conceder amnistía a los inmigrantes indocumentados. Estas reformas podrían abrir el camino a la ciudadanía española a más de un millón de personas. La mayoría de ellas forma parte de una ola histórica de inmigración que entre el 2021 y el 2023, llevó a España a casi 3 millones de personas nacidas fuera de la Unión Europea.
La demanda tiene algo que ver con ello: como muchas democracias occidentales, España necesita más gente. El año pasado, la tasa de natalidad nacional fue del 1.4 por ciento, la segunda más baja de la UE y muy por debajo del umbral del 2.1 por ciento necesario para mantener la población del País, de alrededor de 48 millones de personas. España también cuenta con una gran economía —la cuarta más grande de la UE— impulsada por un sector turístico rebosando de empleos que la mayoría de los españoles no desea.
Pero a diferencia de otros países, la reacción negativa ha sido sorprendentemente moderada. Esto se debe en parte a que algunas de estas medidas provienen de la sociedad en general. El impulso a la amnistía para los inmigrantes indocumentados no surgió del Gobierno, sino de una petición popular que reunió 600 mil firmas y fue respaldada por 900 organizaciones no gubernamentales, grupos empresariales e incluso la Conferencia Episcopal Española. El Gobierno, a su vez, ha diseñado un enfoque humano y pragmático, ofreciendo un ejemplo a seguir para otros países.
Gracias a su vasto imperio de ultramar, España durante siglos fue un exportador masivo de personas. Durante la Guerra Civil Española y los 40 años de dictadura del General Francisco Franco, unos 2 millones de personas se vieron obligadas a abandonar el País, huyendo de la hambruna, la violencia y la represión política. Hasta la década de 1970, España proporcionó mano de obra migrante a granjas y fábricas de toda Europa. Después de la crisis financiera del 2008, que disparó el desempleo al 25 por ciento, miles de profesionistas abandonaron España para buscar trabajo en el extranjero.
Esta rica y compleja historia ayuda a explicar el nivel relativamente alto de tolerancia hacia la inmigración entre los españoles. En 2019, una encuesta de Pew reveló que España tenía, por mucho, la actitud más positiva hacia los inmigrantes en Europa.
El fragmentado sentido de identidad nacional de España es otro factor importante. La fuerza del nacionalismo regional en lugares como Cataluña, el País Vasco y Galicia dificulta que los políticos de derecha movilicen a la opinión pública contra la inmigración vía llamados nacionalistas y argumentos xenófobos. No fue hasta el 2019 que un partido explícitamente antiinmigrante, el ultraderechista Vox, entró al Parlamento español.
Sin embargo, en última instancia la política migratoria española se debe en gran medida a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España y uno de los últimos exponentes de la socialdemocracia en Europa. Aunque decididamente liberal, el enfoque de Sánchez dista mucho de ser un experimento de apertura de fronteras. En lugar de ello, es tan pragmático como deliberado.
Para empezar, el Gobierno priorizó inteligentemente a los inmigrantes latinoamericanos, permitiéndoles solicitar la ciudadanía después de sólo dos años. Hispanoparlantes y católicos en su abrumadora mayoría, los inmigrantes latinoamericanos se integran en la cultura local incluso en las zonas menos cosmopolitas de España. Un ejemplo claro son los venezolanos, que ahora tienen prohibida la entrada a Estados Unidos gracias a Trump. Para entrar a España, sólo necesitan un boleto de avión y un pasaporte válido. En los primeros tres meses del año, 25 mil personas aprovecharon la oportunidad.
Se ha invertido mucho seso estratégico al uso de la inmigración para aliviar algunos de los mayores problemas de España. Por ejemplo, la escasez de mano de obra en tecnología, hospitalidad, agricultura y atención a personas mayores se está abordando mediante la concesión de permisos de trabajo a estudiantes internacionales. También se ha incentivado a los inmigrantes a establecerse en la llamada España Vacía, aquellas zonas del País donde la población se ha reducido drásticamente. Algunos de los 200 mil refugiados ucranianos que se han asentado en España desde el 2022 han revitalizado pueblos y ciudades al borde de la extinción.
Y lo más importante, quizás, es que Sánchez ha destacado por su capacidad para enmarcar la inmigración. Ha hecho hincapié en sus beneficios económicos, como la incorporación de jóvenes al sistema de seguro social y llenar vacantes de empleo no deseados por los españoles. Una economía en expansión refuerza estos argumentos. Desde la pandemia, la economía española ha superado a la de sus homólogas europeas. El año pasado, mientras Alemania, Francia e Italia experimentaron un crecimiento modesto o incluso una contracción, España creció un sólido 3.2 por ciento.
Aun así, Sánchez no ha rehuido hablar en términos morales, tomando de la historia de España como nación de migrantes y refugiados. “Tenemos que recordar las odiseas de nuestros padres y madres, nuestros abuelos y abuelas en Latinoamérica, el Caribe y Europa, y comprender que nuestro deber ahora, especialmente ahora, es ser esa sociedad acogedora, tolerante y solidaria que les hubiera gustado encontrar”, declaró ante el Parlamento el año pasado.
Se desconoce cuánto tiempo más seguirá España extendiendo la alfombra de bienvenida.
Las encuestas muestran que la preocupación por la inmigración entre los españoles está aumentando, impulsada en parte por la cobertura sensacionalista de la llegada de refugiados africanos. Miles se han ahogado en los últimos años intentando llegar a España, y quienes logran entrar al País generalmente son deportados. Los partidos de derecha, especialmente Vox, están explotando esta crisis humanitaria. Si Vox logra entrar al Gobierno, sin duda se verá un giro contra la inmigración.
Por ahora España está demostrando algo importante: una política de inmigración generosa no es una amenaza para la nación ni para una economía próspera. Más aún, es un recurso para el crecimiento y la renovación que sus homólogos desdeñan a expensas suyas.
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