Por Jonh Eligon / The New York Times
MASERU, Lesoto — La extensa fábrica textil en la montañosa nación africana de Lesoto estaba desierta. Telas coloridas estaban esparcidas por doquier, cientos de máquinas de coser estaban paradas y docenas de camisetas grises Reebok estaban apiladas sobre una mesa.
Afuera, mujeres envueltas en mantas se apiñaban a las puertas de las fábricas aún en operaciones, con la esperanza de ser seleccionadas para al menos un día de trabajo.
A unos 15 minutos en auto, Mathuso Tau se levantó en su casa de bloques de concreto de tres habitaciones, llena de ansiedad tras perder su trabajo textil en junio.
Con cuotas escolares qué pagar para su hija, un traje de graduación qué comprar para su hijo y sólo una olla de arroz blanco para la comida y la cena, se tomó un conjunto de pastillas recetadas para los dolores que le han oprimido el pecho desde que la despidieron.
“No es la vida a la que estoy acostumbrada, mendigar”, dijo Tau, de 51 años. “Es doloroso”.
Culpó de su sufrimiento a un hombre: el Presidente de Estados Unidos.
Semanas después de denostar a Lesoto, una nación nevada en el sur de África con 2.3 millones de habitantes, como un lugar del que nadie había oído hablar, el Presidente Donald J. Trump hizo famoso al País al anunciar en abril que le impondría el arancel más alto al que cualquier nación podría enfrentar: el 50 por ciento. Esto desató pánico en este País empobrecido que exporta la mayoría de sus textiles libres de impuestos a Estados Unidos, y donde los textiles representan casi el 90 por ciento de los empleos industriales.
Aunque el arancel anunciando finalmente el 31 de julio fue del 15 por ciento, gran parte del daño ya estaba hecho. Quizás en ningún otro lugar del planeta ha sido más visible el impacto de la simple amenaza de aranceles que en Maseru, la capital de Lesoto, donde empresas como Walmart, JCPenney, Levi’s e incluso la marca Trump producen ropa para venderla en EU.
El inminente arancel del 50 por ciento llevó a muchas empresas de EU a dejar de hacer pedidos. Esto hizo que algunas fábricas cesaran la producción, provocando miles de despidos. Menos trabajadores significa menos clientes para quienes venden naranjas y dulces en las calles de Maseru; menos gente pagando viajes en taxi; y menos gente pagando renta. Casi todos están pasando apuros.
En épocas normales, los residentes de Maseru celebran el fin de mes con un respiro, cobrando sus salarios y a veces dándose algún gusto. El bar y restaurante Lapeng suele atraer multitudes. Pero el fin de julio desató temor.
Neo Makhera se acurrucaba junto a una fogata al borde de un camino, vendiendo cigarros sueltos y verduras. Ha estado haciendo esto, y ofreciéndose a lavar la ropa de sus vecinos, desde abril, cuando perdió su trabajo cosiendo camisetas y shorts Reebok.
Los 128 rands (unos 7 dólares) diarios que ganaba en la fábrica le cambiaron la vida como madre soltera. Con ese dinero, Makhera, de 30 años, pudo rentar una vivienda de un cuarto, comprar comida y pagar unos 22 dólares al mes para enviar a su hijo de 2 años a la escuela. Ahora él ha vuelto a casa porque ella ya no puede pagar la cuota. Tiene suerte si gana más de 1 dólar al día.
Con más de 33 mil empleados a principios de año, la mayoría mujeres, la industria textil es el mayor patrón privado en un País donde casi un tercio de la población está desempleada y aproximadamente la mitad vive en la pobreza.
Hay una sensación de traición entre algunos que dicen que el mismo país que impulsó el éxito de su industria textil fue el que amenazó con destruirla. Hace más de 20 años, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley que permitía la importación a Estados Unidos de algunos productos de muchos países africanos sin aranceles.
Las autoridades de Lesoto han argumentado que el acuerdo beneficia a todos. Los consumidores estadounidenses obtienen productos a bajo precio, mientras que la economía de Lesoto se beneficia. Pero Trump había señalado el déficit comercial de Estados Unidos —EU importó más de 235 millones de dólares en productos el año pasado, mientras que Lesoto importó menos de 3 millones de dólares— como un mal acuerdo.
No todos los fabricantes de Lesoto están paralizados. En Quantum Apparel, el piso de fábrica está lleno del zumbido de las máquinas de coser, el resoplido de las planchas y el roce de las telas. Quantum produce casi toda su ropa para Sudáfrica, que rodea a Lesoto. Esto la ha mantenido funcionando a plena capacidad.
La fábrica recibe más pedidos de los que puede manejar, por lo que la empresa está creando una nueva línea de producción.
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