El día que José Antonio Pérez Zembrana, de 32 años, se ganó la lotería en este pueblo, no saltó de alegría ni gritó.
Claro que estaba contento. Sin embargo, a su alrededor había tanta gente de este pueblo del sur de España que podría haber utilizado el premio: dos meses de trabajo vendiendo boletos de admisión a la alberca municipal.
“¿Qué voy a hacer con el dinero?”, dijo Pérez, quien trabajó alguna vez en una fábrica de aluminio, pero hace poco estaba sentado a una endeble mesa plegable en la entrada de la piscina. “Lo que voy a hacer es no gastarlo todo y guardar parte para los tiempos difíciles que vendrán después”.
Con una tasa de desempleo cercana a 50 por ciento, el alcalde de Alameda, Juan Lorenzo Pineda Claverías, adoptó un novedoso enfoque a las contrataciones para muchos de los empleos de la municipalidad. Una vez al mes extrae pedazos de papel doblados, de una urna de plástico transparente para decidir quién tendrá trabajo. El acto es público y lo cubre la televisión local para que todos puedan ver que no se hace trampa.
Cuando eligieron a Pineda en 2008, la crisis económica española apenas empezaba y la lotería laboral de chambas, en general de un mes, le pareció un forma tan buena como cualquier otra para distribuir justamente los empleos cuando había vacantes. Tal sistema, dijo, también sería una clara señal de que no habría corrupción en su gobierno.
La primera vez que Pineda hizo el sorteo, había unos 30 nombres en la tolva para un puñado de trabajos de limpieza durante un mes. Ahora, después de casi seis años de recesión, hay unas 500 personas en la lista de aspirantes para la misma cantidad de empleos.
Quienes asisten a las rifas se sientan en sillas de respaldo duro en un salón, escaleras arriba, del modesto ayuntamiento. Domina el silencio. Pineda dice que cuando levanta la mirada del papel, siempre ve dos tipos de rostros. “El primero es el rostro de la ansiedad, que ves en las personas que realmente necesitan el trabajo”, comentó. “El otro es el rostro de la incredulidad cuando alguien se da cuenta que tiene empleo”.
A veces, grita un ganador. Sin embargo, en su mayor parte, dijo Pineda, no hay celebración manifiesta. La gente es demasiado consciente del dolor a su alrededor como para eso. Y realizar la lotería tampoco ha resultado ser una tarea particularmente agradable para él, expresó. “No hay ninguna satisfacción en ella porque sabes que no es suficiente”, expresó. “Son demasiadas pocas las caras felices”.
Se rifaron unos 35 empleos en el pueblo el año pasado. En algunos casos, como el de salvavidas, los solicitantes tienen que demostrar estar cualificados. Pineda también heredó cerca de 20 empleados de tiempo completo, a los que no afectó la política de la lotería.
En la alberca, el amigo de Pérez, José del Pozo, de 33 años, acercó una silla para hacerle compañía. Otrora yesero, del Pozo no ha tenido ningún trabajo en la construcción en tres años. Tampoco ha tenido suerte en la lotería. Ya le llegará su turno. Los ganadores ya no pueden volver a dar su nombre mientras no les haya tocado a todos los demás de la lista. Entre tanto, del Pozo ni siquiera espera que su amigo compre la siguiente ronda en el bar local. Entiende que todos tienen problemas hoy en día.
“Antes”, dijo, “las personas eran generosas. Pero ahora, cuando llega el momento de pagar, todos se apresuran a ir al baño”. Pérez teme al fin de mes, cuando termine su trabajo. Gesticulando hacia los otros trabajadores alrededor, dijo: “Entonces, regresaremos a la rutina de no hacer nada”.
En los últimos cinco años, la vida ha cambiado enormemente en este pueblo de 5,000 habitantes, al igual que en muchas partes de España, que sufre una recesión de proporciones históricas.
Pineda, del pequeño partido Izquierda Unida, dice que muchas gentes en el pueblo sólo se sienten abatidas por todo lo que ha pasado en la economía local. Sin embargo, Pineda está tratando de crear todavía más empleos para poder rifarlos también.
Alameda rentó algo de tierra de cultivo, y cultiva ajos y espárragos esperando convertir esas cosechas en un negocio rentable o, al menos, uno con el que no se pierda dinero. Pineda también empezó a urbanizar una franja de tierras en las afueras del pueblo que espera pueda convertirse en un pequeño parque industrial. “Si algún loco quiere empezar un negocio en este clima”, dijo bromeando, “estaremos listos, y los terrenos aquí serán baratos”.