Su mirada luce perdida en el horizonte, quizá la soledad le robó el norte a sus ojos.
Doña María Ortiz, una anciana de 77 años, pasa su vejez no colmada de mimos por nietos amorosos ni recibiendo el cuidado de su hijo, más bien está condenada al olvido.
La carencia de alimentos y la enfermedad han hecho que la imagen que ve reflejada en el espejo no sea la de la mujer vivaz y tenaz que un día fue.
El precario estado en que vivía en su natal aldea de San Isidro, Choluteca, la obligó a emigrar hace doce años a la capital, en busca del “sueño hondureño”.
Pero nunca creyó que la pobreza la perseguiría sin tregua hasta su nuevo refugio en la colonia Nueva Capital.
Tras el abandono de su hijo, vive sola, en un humilde hogar que en época de lluvia es más un enemigo que un protector.
Las podridas tablas y las viejas láminas son un coladero para el agua lluvia, y si el viento resopla las débiles paredes tiemblan y crujen sin cesar.
Mientras describía el calamitoso estado de su casa, su dificultad al hablar dejó entrever otro grave problema.
La señora tiene implantado en su tráquea un aparato especial para comunicarse, producto de una operación a la que se sometió hace 30 años.
Ante esta situación solo le queda pedir un poco de ayuda a los capitalinos para mejorar sus condiciones de vida y recuperar su salud.