“Son 10 mil dólares. Hay que perder por tres goles de diferencia mínimo, tampoco es la gran cachimbeada. Un 3-0 sirve, un 4-1 sirve. Es Paraguay, o sea... Miguel nos va a dar el billete cuando volvamos. Si le entrás, nos reunimos después de reconocer cancha.”
Sembrada por Dagoberto Portillo y Mardoqueo Henríquez en la concentración de la selección en el hotel Crowne Plaza, en Asunción, Paraguay, la invitación a vender el partido fue repetida cinco veces.
Los reclutados fueron Carlos Monteagudo, Darwin Bonilla, Christian Castillo, Osael Romero y Miguel Granadino.
Solo había una condición, además del silencio. Luego de reconocer la cancha en la que perderían sí o sí, los siete jugadores debían carearse por Skype, a través de un iPad, con un representante del grupo de apostadores que estaba contratándolos.
Pasada la cena, algunos con la dificultad de inventar una excusa para su compañero de habitación, y otros como Romero y Bonilla ahorrándose esa carga toda vez que compartían cuarto, los siete seleccionados se reunieron en el dormitorio asignado a Portillo y Monteagudo.
Ahí, a través de un iPad, contactaron con un hombre hispanoparlante al que ninguno de los dos futbolistas cuyo testimonio es aquí recogido pudo reconocer.
De hecho, la idea no era que ellos lo conocieran sino que él supiera quiénes eran. En la corta conversación, no les dijo nada que no hubiesen escuchado horas antes: había que perder, diferencia de tres o más, 10 mil dólares, y que el pago, cuando regresaran a El Salvador, se los haría Miguel. Miguel era Montes, exportero de la selección. Los siete aceptaron el arreglo.
Y después...
Todo lo relacionado a ese dinero se había complicado en cuanto la pelota dejó de rodar. No les fue fácil concertar aquella reunión con su colega.
Portillo le habló en cuanto volvieron a El Salvador, el 7 de febrero, a eso de las 2:00 pm.
Montes no contestaba. Las llamadas continuaron durante el trayecto del aeropuerto de Comalapa al albergue de la Federación Salvadoreña de Fútbol.
Esa misma noche, comenzaron a sonarles los teléfonos. Debían apurarse, porque el pagador ya estaba listo, y al día siguiente varios de ellos tendrían que entrenarse con sus equipos en Santa Ana o San Miguel.
La espera tuvo un final amargo en otros dos casos. Otros dos jugadores lamentaron que Montes les regateara con otro argumento: no tenía suficiente efectivo, y sólo podía cumplirles con el monto si le aceptaban euros.
Uno de ellos accedió pese a que cambiarlos no sería fácil. El otro sí consiguió los 10 mil dólares, mismos que reconoce que ahora pueden expulsarlo del fútbol.