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'En el principio la fábula”

Las fábulas de Felipe Rivera Burgos, una primicia donde se funde la sutileza lúdica, la ironía y la destreza del oficio de narrar. En verdad son una revelación creativa, guiños narrativos universales.

03.11.2013

“En el principio la fábula” es un libro del que se hablará mucho en nuestra literatura. Destreza narrativa contemporánea, conocimiento del oficio, inmersión en códigos del relato poco explorados en nuestro contexto; pero sobre todo la mutabilidad de los relatos en un universo donde se funden las formas clásicas y los trazos modernos de la intertextualidad, la metaliteratura, el humor y esa mirada antitradicional de rituales narrativos esquemáticos que sin duda han estancado a mucha de nuestra narrativa o se han vuelto aburridos moldes creativos o concesiones del facilismo o trampas de buena fe para “comunicarse” con los lectores.

Como tal la fábula ha sido considerada un género literario menor, sin embargo, la fábula, no solo ha demostrado su capacidad de trascendencia temporal, sino que ha entrado con buen pie a la contemporaneidad, y a su versión tradicional de relato moralizante, usado como recurso pedagógico o formativo, se agrega la incursión de magníficos escritores que le dieron un vuelco como Augusto Monterroso.

Las fábulas contemporáneas en la pluma de finos narradores se introducen en ese mundo de la minificción, se vuelven textos llenos de referencias cultas, gustan de la intertextualidad, la parodia, superan aquella base ética primigenia y se vuelven universos narrativos mucho más complejos, provocadores y en cierto modo su potencia lúdica rebasa la evidencia de los lugares comunes, volviéndose laberintos mentales más complejos, no solo por la temática, sino porque hay una fascinación creativa que exige un juego de inteligencia del escritor y del lector.

En cierto modo la fábula contemporánea o la minificción están más allá de la destreza de la economía del lenguaje (un reto para todo escritor), supone la magistral autonomía del relato como tal y la inmersión a un mundo de referencias más complejas o cultas en una supuesta simpleza narrativa.

Y las fábulas de Felipe Rivera Burgos en verdad son una revelación creativa como pocas noticias en nuestro contexto, guiños narrativos universales, relatos que al fin saldrán publicadas en los próximos meses bajo el sello editorial Il miglior fabbro.

El poeta Carlos Ordóñez, en un texto sobre “En el principio la fábula”, hace un observación certera: “Vale decir que lo más interesante de las fábulas de Rivera Burgos y que lo diferencian del resto de narradores hondureños es su capacidad de crear historias privilegiando el humor y prescindiendo del carácter obvio y moralizante, así como de cierto pintoresquismo narrativo que por muchos años, salvo algunas excepciones, ha producido en Honduras narrativas de talantes tardíos o muy malos refritos del ‘boom’ latinoamericano.”

No se trata de una reinterpretación de la fábula, ni de la astucia de qué oficio narrativo posee, es la indagación literaria de uno de los mejores narradores de nuestro país que de pretexto les ha llamado fábulas a unas creaciones memorables por el abordaje de las historias, por la elegancia de su ironía, el sarcasmo sobre la vida y sobre sus lecturas; esa fusión entre realidad y metaliteratura, donde los personajes bien pueden ser humanos en un festival de disfraces de la periferia mental de un tiempo confuso, o donde, virtuosamente, el zoo ha decidido al fin revelarse contra los seres humanos y en un aquelarre de astucia hacer preguntas claves sobre la existencia.

Bien pueden ser antifábulas o fábulas contemporáneas o artilugios narrativos para los lectores de culto, dados a coleccionar relatos geniales que no encajan en las clasificaciones, y el autor es feliz de este suceso, pues en este libro nos juega una broma literaria aguda, brillante y mordaz.

Felipe Rivera Burgos, nos entrega un libro ingenioso, lúdico y reflexivo, con unos códigos narrativos totalmente frescos y contemporáneos. “En el principio la fábula” es un conjunto de relatos donde el absurdo, la inteligencia, la sutileza y el desenfado se citan. Un libro del que se puede hablar con entusiasmo, sin temer juicios y formalidades, que aquí quedan a discreción del lector.
Ofrecemos en esta entrega de VICERVERSAS una muestra de “En el principio la fábula” del escritor Felipe Rivera Burgos.

“EN EL PRINCIPIO LA FÁBULA” EL RINOCERONTE ANTROPÓLOGO. Cuentan que un día el Rinoceronte decidió escribir un tratado sobre las especies menores -movido por la incesante labor que algunos pájaros y otros extraños animales terrestres realizaban debajo de su cola-, a fin de legar a la humanidad el erudito conocimiento de costumbres tan nobles y también porque estaba interesado en dirigir un museo.

Planteó su plan al Mono, que era bibliómano y traductor de lenguas muertas y buen consejero. El Mono traductor elogió los nobles intereses del acorazado animal, pero le previno que, una vez descubiertas las secretas y sublimes motivaciones de aquellas extrañas criaturas, pronto otros se interesarían en domesticarlas -el Hipopótamo, por ejemplo- y merodearían por ahí, invadiendo su ciénaga palaciega con el rabo levantado.

Y, además, aseguraba que esas curiosas criaturas tenían tendencias mercenarias, ya que las garzas, según informes fidedignos, mantenían una relación adúltera con las vacas. El Rinoceronte se sintió tan triste por no poder realizar su obra magna, pero en vista de retener para sí todo el conocimiento, le dio por meditar largas horas en la conducta de aquellos animalitos tan divinos, y todos -excepto el Mono- lo tuvieron por místico.

EL BURRO QUE DECIDIÓ SER BURRO. Cuentan que el Burro, aburrido de intentar convencer a todos los animales que era inteligente, luego de largas meditaciones solitarias y de las charlas de autoestima en una pastoral, por fin decidió ser burro. Llegó a sentirse orgulloso de su naturaleza asnal, de algunas dotes preternaturales y hasta de la extraordinaria dimensión de sus dientes. Los animales, viendo la increíble paz que trasmitía, lo invitaron a dar conferencias al aula magna, al auditorium, a las recepciones de las embajadas, y todos se admiraban del estoicismo con que aceptaba su condición burril. Pronto, por ser un burro convencido, recibió todo el reconocimiento que antes no pudo lograr, al grado que su primo el Caballo -que para entonces era Presidente- lo nombró ministro de Educación.

EL CABALLO QUE QUERÍA ENTRAR EN LA HISTORIA. Cuentan que un día, el caballo Rabo, que le había dado por la escultura y se declaraba admirador del estilo griego, por aquello de que los griegos habían cultivado la escultura ecuestre y porque frecuentaba la amistad del burro Ruperto, decidió crear el más grande monumento a caballo conocido en la historia de la humanidad.

Como todos sabían lo voluntarioso que puede ser un caballo escultor, pronto se vio asediado por las más diversas especies que buscaban convertirse en modelo de tan magna obra. Así pasaron frente a él caballos de crines doradas, de morros turbios y de grandes patas velludas, al igual que minúsculos y delicados especímenes que parecían perros.

Los fastos jardines de Rabo -que, como buen esteta, hacía alfombrar con terciopelos de colores tropicales y mandaba a tejer coronas con hilos rubios sobre las densas amapolas (los lotos los prefería desnudos)- se vieron amenazados ante los toscos habitantes y pronto se convirtieron en un campo desierto. Pero a Rabo no le importaba.

Por el contrario, una vez desolado el páramo y viendo a las hermosas bestias correr desenfrenadas, le dio por organizar veladas, festivales y concursos, y, cuando vio que ya no le quedaba dinero para mantener a tan bellos ejemplares cerca de sí, entonces invitó a unos burros banqueros, que por entonces gobernaban el país, y así nació el hipódromo.

POR QUÉ AL KOALA NO LE GUSTA CONSULTAR EL DICCIONARIO. Al Koala la bibliotecaria ha enseñado que tome todo cuanto no entienda de los libros y lo lleve al Diccionario, en el centro de la sala, para que éste le diga el significado.

Pero el Koala no hace caso. Resulta que cada vez que encuentra una palabra nueva o un trazo o un gesto (porque los libros están llenos de gestos) los esconde en el bolsillo, en el morral o los mete en la cajita de colores y los lleva a casa y ahí, en secreto, despacio, abre la puerta del sótano y los pone en un enorme estante al lado de otros. Ahí tiene, por ejemplo, el pneuma, que a veces, cuando apaga la luz, resplandece con distintos tonos verdes. Ahí conserva también el mapa de Xipango, del que a veces se escapa el ruido de una cascada.

Ahí está el ser usado por Sastre, que a veces se mueve de manera extraña y es tan parecido y triste que los otros, y a veces se parece a Samsa.

Pero el más extraño de todos es el saco de cutíes de Coetzee, porque a veces los cutíes mueven su cola amenazante y a veces parecen caracoles de cabellos resplandecientes. Y entonces el Koala permanece sentado en las gradas del sótano durante horas, con las luces apagadas, pensando que nadie dirá nunca el significado de eso y maldiciendo el momento en que tuvo que sacar, como un animal muerto, el opúsculo de Borges.

LA GALLINA QUE QUERÍA PONER HUEVOS DE ORO. De donde se deriva que el fascismo no es una doctrina absoluta.

De donde se deriva, también, que el fascismo tiene un estrecho vínculo con el adulterio y la nutrición.

Por culpa de la sobreprotección que sufren estos animales apenas rompen el huevo, la Gallina estaba convencida de su alta composición genética y esperaba de un día a otro poner huevos de oro.

Lo único que necesitaba, según decía, era una pareja de altura, algún príncipe dorado o una estrella de rock. Cada día se paseaba por el vecindario, altiva, diferente de tantas señoras vulgares que no paraban de poner huevos vulgares que venían de un Gallo vulgar que gobernaba la pequeña república. Se decía estas cosas cuando vio entre las ramas un pájaro tan bello, espigado, que la miraba tan fijamente que pensó que por fin había llegado el momento de inaugurar una raza avícola superior, y lo vio venir a su encuentro con las alas extendidas.

Más tarde, en un nido altísimo, mientras alimentaba a sus crías, el Halcón seguiría intrigado por la incomprensible conducta de la Gallina, pensando si no les haría daño a sus hijos, si no estaría enferma, que quizá debería procurarse animales más inteligentes.

EL ZÁNGANO TRABAJADOR. De donde se deriva que la labor es un círculo vicioso.

Resulta que el Zángano pasaba leyendo la Enciclopedia Británica y haciendo consultas en el Webster Dictionary, degustando de vez en cuando unas gotas de miel, haciendo anotaciones en una libreta para un posible libro de cuentos de ficción, cuando lo llegaban a importunar las abejas para que cumpliera las exigencias de la Reina, labor que ya no ejecutaba con ardor, lo que molestaba en gran manera a las abejas, que lo acusaban de ser un mantenido, cosa que, a su vez, dejaba furioso al Zángano, que gustaba repetirle a un psicoanalista amigo suyo que por ésas y otras interrupciones nunca terminaba de escribir esa pieza maestra en la que trabajaba día y noche… y se sentía inútil.

EL ORDEN DE LOS SUMANDOS ¿NO ALTERA EL PRODUCTO? Mucho tiempo hubo de pasar para que la Iguana entendiera que aquel camino era un atajo hacia la playa.

—¿Quieres decir -le decía a la Ardilla- que si me voy por aquí llego al mismo sitio en menos tiempo que si me voy por detrás de la montaña?
La Ardilla repetía que sí.

Y la Iguana no dejaba de reír, satisfecha, porque ella no creía en la magia.