¿Y si fuera al revés?, si los ciudadanos votaran por el candidato que quisieran expulsar del gobierno, y no por quien quiere llegar a la administración pública, probablemente muchos ya no estarían aspirando a nada, o estarían en los juzgados o huyendo en el extranjero.
Entonces el voto sería un arma poderosa.
Mucha lluvia ha caído desde que los organizadores de la Revolución Francesa creyeron en la democracia representativa, es decir, los cargos públicos elegidos por la población, que al final conservaría la soberanía.
Aunque esta es la base de los procesos democráticos modernos, los cambios de la sociedad y el fortalecimiento de los partidos políticos alejaron a los candidatos de la población, dejaron de ser sus representantes para abanderar a sus propias organizaciones políticas. Como ocurre en nuestro país, donde la mayoría de los votantes ni siquiera conocen a los diputados al Congreso Nacional o a los regidores municipales de su comunidad.
Unos 500 años antes de Cristo, en tiempos de Clístenes, uno de los promotores de la democracia en Atenas, los ciudadanos emitían su voto en un pedazo de cerámica, y decidían si un político debía ser desterrado durante 10 años, así que esta votación inversa obligaba a los funcionarios a mantenerse más o menos al margen del abuso y la corrupción.
UN CIUDADANO VALE UN VOTO. “Y aceptar que otros decidan por tu cuenta con el voto que les des”, canta el español Víctor Manuel, al reconocer que con un voto no cambiamos casi nada, pero es lo que hay hasta ahora para pasar de un gobierno a otro sin derramamiento de sangre, aunque, claro está, no todo mundo puede votar.
Durante el turbulento siglo XIX eran los ricos, los terratenientes y los grandes hacendados y dueños de la banca los únicos que podían votar. Ese voto censitario solo era permitido a quienes superaban una renta previamente establecida por el sistema capitalista de clases, y se rotaban los puestos y se distribuían las ganancias.
Desde siempre la mujer sufrió un marginamiento terrible en los procesos políticos, incluso en Atenas, cuna de la democracia, que decidía en una plaza pública con todos los pobladores los asuntos del gobierno, no estaba permitida la presencia y participación de mujeres.
Los mismos revolucionarios franceses de 1789, en su lucha contra el absolutismo, peleaban por la reivindicación de los derechos de los varones, hasta la propia Asamblea Nacional promulgó la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. Olimpia de Gouges se rebeló contra eso y publicó su “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, y a pesar de las ideas liberales de la Revolución, murió en la guillotina en 1793.
Hasta poco después de la Primera Guerra Mundial, el movimiento sufragista se extiende por todo el planeta, y muchas mujeres murieron en el intento de lograr el voto, que llegó con muchas restricciones: a las que sabían leer y escribir, a las mayores de 30 años, a las que tenían propiedades. En Inglaterra votan desde 1918; en Estados Unidos, 1920; Ecuador, 1929; Brasil, 1932; Guatemala, 1945; Argentina, 1947; Chile y Costa Rica, 1949; México, 1953; Honduras, 1955.
También ha costado mucha sangre en la historia reciente la restricción del voto por motivos raciales, el ejemplo terrible de Sudáfrica, donde un 9% de la raza blanca era la única que tenía derecho a votar, hasta que la manifestación popular y la presión internacional abren el país y permiten el ascenso al poder de Nelson Mandela. En Estados Unidos el Ku Klux Klan, formado después de la guerra civil, aterrorizaba a la comunidad negra para que no participara en las elecciones.
EL SUFRAGIO NO TAN UNIVERSAL. “Suffragium” es el término en latín que significa voto, y en la época actual en la mayoría de los países la principal restricción para no votar es la edad, muchos, como Honduras, exigen los 18 años; aunque también votan los preadolescentes con 15 años en Irán; con 16 en Chipre, Cuba, Ecuador y Austria; con 17 en Indonesia. Otras naciones, más bien, aprueban para una edad tardía: Jordania, 19 años; Camerún y Japón, 20; Costa de Marfil, Kuwait y Sierra Leona, 21 años.
En Honduras los militares no pueden votar, tampoco en Guatemala, en República Dominicana ni en Colombia. Esta privación, durante la III República en Francia, tenía varios motivos, tratando de evitar la presión de los oficiales sobre los soldados, que aprovechando su estructura jerárquica ordenaran apoyar a determinado candidato, o la contaminación de la disciplina militar con la política. Además en nuestro país las Fuerzas Armadas tienen un papel como vigilantes de las urnas. Pero ya muchos países otorgan este derecho.
Los que sí tienen una restricción casi mundial para votar son los extranjeros, aunque en algunos países pueden participar en elecciones municipales, como en Argentina, Bolivia, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Irlanda, Italia, Portugal, Reino Unido y Suecia. En Uruguay tienen un caso único, su Constitución permite el voto a los extranjeros con más de 15 años de residencia, mientras que Chile exige cinco años de residencia.
En nuestro país tampoco pueden votar los reclusos con sentencia firme condenatoria, porque se les suspenden sus derechos políticos, aunque ya hay algunas excepciones para que los reclusos voten en Argentina, Colombia, Brasil, Perú, Venezuela y en algunos estados de Estados Unidos.
Casi todas las legislaciones limitan el voto también para personas con discapacidad mental declarada legalmente, pues se considera que no tienen capacidad para discernir entre candidatos y partidos políticos y podrían ser manipuladas o controladas por terceros.
En fin, cada cuatro años los hondureños se enfrentan a las urnas, con las esperanzas, cada vez más pálidas, de que las cosas pueden cambiar; pero con tanto desencanto y frustración parece que el poder del voto está todavía sobrevalorado.