DOLOR. Ha muerto mi buen amigo don Jorge Quan, y deja un gran dolor en el corazón de quienes lo quisimos mucho: su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, y quienes lo estimaron sinceramente. Se ha ido antes que nosotros, pero la muerte de un amigo como don Jorge siempre duele. Sé que su espíritu ya está en manos de Dios; sin embargo, la tristeza que queda en nosotros ha de durar mucho, mucho tiempo más.
Don Jorge fue un fiel lector de esta sección de diario EL HERALDO, y fue un gran colaborador, dándome casos de los que fue testigo, contándolos con esa maestría del narrador consumado, y deseando que fueran un ejemplo para que los lectores aprendieran que el Mal nunca paga, y que debemos vencer al Mal con el Bien.
Hoy, ya no está. Descansa en un ataúd, y ha vuelto al polvo, de donde fue tomado. Mi sentido pésame para su esposa, sus hijos y sus hijas; para sus amigos leales, para sus compañeros de trabajo. Las amigas de Unilufih sienten con dolor su partida, ya que don Jorge las apoyó sin condiciones en su lucha contra el lupus y la fibromialgia. Mi esposa, Ruth Sauceda, ha llorado por él, porque fue un buen amigo para nosotros. Pero, la Muerte es implacable e invencible, y nada podemos hacer contra ella. Es la Muerte, y Dios la envía. Descanse en paz don Jorge Quan.
Gracias por su amistad; gracias por su cariño; gracias por los casos con los que me apoyó en esta sección. Gracias por haberme dado la última muestra de su amistad, invitándome a comer en Villa Campestre Elián, en la carretera al norte, donde me atendieron como si fuera usted mismo. Gracias, don Jorge. Mi cariño y mi agradecimiento sinceros. Nos vemos en la resurrección.
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COMENTARIO
Fue el lunes, precisamente, cuando don Jorge Quan me llamó para comentarme acerca del caso de hoy. Me dijo que conoció al paciente del doctor Cherenfant porque, por esas casualidades de la vida, él esperaba hablar con el doctor para solicitarle que le ayudara a una mujer cuadripléjica que padecía de úlceras trocantéricas, esas llagas que se les hacen en la espalda a los discapacitados que pasan mucho tiempo acostados. El doctor la operó sin cobrar un centavo. Y don Jorge me contó que vio cuando los policías llegaron a la clínica del doctor Cherenfant, mientras aquel hombre lloraba en silencio.
“No sabía a qué iba la Policía donde Emec Cherenfant -me dijo don Jorge-, pero, después, entendí. Yo presenté la nota sobre aquel hombre que encontraron asesinado en una carretera solitaria, cerca de Atima, en Santa Bárbara; pero nunca imaginé que sería testigo del desenlace de aquel caso”.
“Al hombre lo encontraron en la orilla derecha de la carretera -me dijo don Jorge-; era un muchacho delgado, no muy alto, de piel blanca, pero tostada por el sol, y lo mataron de un golpe en la garganta, que le rompió la tráquea, y lo asfixió. Después, lo llevaron hasta aquel punto solitario de la carretera hacia Atima, y lo tiraron de un caro en marcha. Eso fue lo que dijeron los detectives de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), porque el cuerpo presentaba raspones en los brazos, en las rodillas y en el rostro.
El forense dijo que estos raspones se produjeron después de la muerte”. Pero, había algo más. El muchacho estaba desnudo. No tenía camisa, vestía un pantalón corto, una calzoneta hecha de un pantalón de mezclilla, y un calzoncillo rojo. Pero los tenía casi hasta la rodilla. Se los había bajado él, o se los habían bajado a la fuerza, aunque el forense no encontró en el cuerpo más señales de violencia que el golpe en la garganta, que le quebró la tráquea, y los raspones post mortem”.
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PREGUNTAS
A la Policía le avisaron que estaba el cadáver en aquel lugar, y el sargento de Atima llamó a la DNIC de Santa Bárbara. Pronto reconocieron a la víctima. Se llamaba Nelson, pero más lo conocían por Marlen. Era un homosexual que vivía con su madre, una anciana ya, en una aldea cercana al lugar donde dejaron su cuerpo. En la autopsia, el forense encontró residuos de semen en él, y supuso que había sido abusado, o que tuvo relaciones consentidas con alguien. Ahora, le tocaba a la Policía resolver aquel misterio.
¿Qué había pasado con Nelson? ¿Quién le quitó la vida? ¿Por qué lo asesinaron? ¿Tuvo relación consentida con alguien o fue abusado? Y, ¿en qué lugar pasó aquello?
Una mujer que lo conocía dijo que había llegado a su casa, en una aldea cercana, a la orilla de la carretera, y que andaba comprando pollo en piezas para hacer una sopa con espaguetis; dijo que ella lo atendió, le vendió lo que buscaba, y que, después de platicar un poco, porque él era muy carismático, se fue para su casa, a unos tres kilómetros de allí, para cocinarle a su mamá, que estaba un poco enferma. Pero, nunca se imaginó que alguien pudiera hacerle daño a aquel muchacho que no se metía con nadie.
DNIC
Los detectives estaban indignados. No era posible que alguien fuera capaz de cometer un crimen tan vil. Y estaban dispuestos a capturar al asesino. Pero, el caso se enfrió poco a poco, ya que no encontraron pistas que los llevaran a resolver el crimen. Solo tenían el testimonio de la dueña de la pulpería, que lo vio por última vez; el resultado de la autopsia, con residuos seminales, y la causa de muerte. Además, estaban seguros de que fue lanzado de un carro en marcha, después de haberlo asesinado. Pero, ¿en qué momento se subió a ese carro?
Uno de los policías dijo que, seguramente, se trataba de un carro alto, esto es, 4X4, y que estaba convencido de esto, porque en el lugar donde encontraron el cuerpo había huellas de una llanta que derrapó con fuerza al momento en que el carro se puso en marcha de nuevo. Pero, de ahí, nada más. Y, aunque hicieron preguntas por todos lados, nada encontraron que les ayudara a hacerle justicia a Nelson. Había en aquella zona muchos carros como el que imaginaba el policía, pero no podían encontrar alguno al que relacionar con el crimen. Y el caso de Nelson quedó en los archivos. Hasta aquella mañana, cuando del teléfono del doctor Emec Cherenfant, su paciente llamó a la Policía para “declarar que había cometido un crimen”.
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CASTIGO
Bien se ha dicho que el que hace males, males le vienen. Y esto se ha comprobado hasta la saciedad, desde que el hombre camina sobre la faz de la tierra.
El paciente del doctor Cherenfant fue a buscar su ayuda porque unos rasguños en su brazo y en su cara no sanaban, a pesar de las medicinas que le habían dado en el Seguro Social, y a pesar del agua de quina con que se lavaba... Hasta que el doctor empezó a sospechar que aquello se debía a algo más grave...
“Hágase este examen -le dijo al paciente- y espere los resultados... Yo le voy a hablar a la muchacha del laboratorio para que le ayuden”.
Y el resultado del examen fue VIH positivo.
En ese momento, el hombre se derrumbó. Supo dónde y de qué forma había adquirido el virus, y entendió por qué tenía diarrea constante, ganglios inflamados, y fiebres intermitentes, con dolor de cabeza y de huesos. En el placer, había pescado la muerte. Y así se lo dijo al doctor Cherenfant.
“Ahora me arrepiento de eso” -dijo.
Y, ya en las oficinas de la DNIC, confesó: “Yo lo vi ir por la carretera, y no sé por qué, tuve ese deseo... Y le hablé, y él se subió... Llevaba un pollo, espaguetis y papas... Yo los boté en el camino, mucho después... Tuvimos lo que tuvimos allí mismo en el carro, pero, después, él quería que le pagara, y yo me negué.
Él se enfureció, me atacó, me insultó, y me clavó las uñas en la cara y en el brazo... Entonces, como pude, yo lo alejé, le di un golpe en la garganta, sin desear quitarle la vida, por supuesto, pero vi que se ahogó, y que quedó inmóvil en el asiento... Entonces, con temor, avancé por la carretera de tierra, y me orillé un poco, me detuve, y lo tiré al mismo tiempo que arrancaba el carro de nuevo...
Era el doble cabina de Soptravi, en el que trabajaba como chofer de uno de los ingenieros que hacían supervisión en varios proyectos de Santa Bárbara... Y confieso lo que hice, porque lo que me espera es la muerte, por el Sida, y, además, yo no puedo vivir más con ese cargo de conciencia...
Por eso, mejor digo la verdad de lo que pasó, y si me van a mandar a la cárcel, pues, ni modo; yo me lo busqué”.
Y, como decía don Jorge Quan, a quien Dios tenga en su seno: Los males que nos vienen uno solo se los busca. Por eso, hay que hacer siempre lo bueno, y eso va a agradar a Dios...