Nada puede alegar en su defensa el estamento político, porque hace años que fue avisado de las pestes que hoy nos torturan.
El 5 de junio de 2004, en San José de Costa Rica, le fueron explicados los riesgos que correría el país en los años siguientes si no actuaba pronto para abortarlos.
En 2003, el Banco Interamericano de Desarrollo contrató un estudio de la situación y el futuro de los partidos políticos de Centroamérica y la República Dominicana.
El grupo consultor, dirigido por el notable politólogo uruguayo Diego Achard (QEPD), entrevistó a cientos de líderes de 89 partidos políticos de la región, más líderes de la sociedad civil.
En aquel 5 de junio, el informe final fue discutido por dirigentes de todos los partidos estudiados.
En la delegación hondureña participaron, entre otros, “Mel” Zelaya, Pepe Lobo, Jorge Arturo Reina, Miguel Pastor y Olban Valladares.
350 páginas de letra menuda describen la calamitosa situación de los partidos de la región.
60% de los líderes políticos declaró que la corrupción es la causa principal de la mala imagen de los partidos. 95% de la masa general opinó de la misma manera.
Clientelismo, demagogia, incompetencia, más otros factores, indican que, dice el informe, en la percepción de la gente, los partidos son incapaces de resolver los problemas básicos de las sociedades.
66% declara que “… más que partidos y Congreso, lo que nos hace falta es un líder decidido que se ponga a resolver los problemas”.
Tres conclusiones del estudio debieron absorber la atención de nuestros políticos.
Primero, que sobre ellos cae, cada vez con más peso, la responsabilidad del sistema.
Segundo, los peligros que corrían la seguridad pública y la estabilidad del sistema.
Tercero, que la ilegitimidad atraen a líderes no democráticos dentro de los propios partidos, que pueden aprovechar el descontento para su propio beneficio y el de grupos interesados.
Conozco bien el estudio porque colaboré en la investigación. Cuando lo releo, me cuesta creer que situaciones previstas hayan llegado tan lejos.
¿Hacia dónde nos llevan? Es difícil responder porque nadie tiene control de lo que pasa.
Pregunto, más bien, hacia dónde nos llevan las circunstancias, que no tienen dueño, aunque a veces así parezca.
Porque no hay rumbo. Nos sentimos arrastrados por corrientes encontradas, como en río desbordado.
Hay apenas una idea imprecisa, que aparece en la torrentosa corriente de vez en cuando.
Es la constituyente “para refundar” a Honduras. Si ya refundieron el país, ¿A qué se refieren ahora? ¿Por qué no explican los objetivos y el anteproyecto de Constitución?
Estamos tan abrumados por la impotencia, que quizás gritaríamos que hagan de una vez su tal constituyente, pero que hagan algo, aunque sea una desgracia bien organizada.
Sin embargo, la hora de las refundaciones comienza a pasar en América Latina.
Y no es desde la muerte del fundador, sino desde que Lula rechazó su continuismo para que su programa reformista de izquierda continuara transformando Brasil en democracia.
Lula demostró que no se trata de que un líder se siente en la silla para morir en ella, sino de dirigentes comprometidos con su causa y su país, no consigo mismos.
¿Qué nos queda, entonces? Desde la anarquía nos acercamos al caos. Aterra que nos estemos acostumbrando a la primera y no percibamos la cercanía del segundo.
Antes de que el caos nos envuelva, quizás haya tiempo para hacer alianzas políticas que junten facciones de partidos (que, esta vez, sí que lo están) más o menos afines.
Quizás así se tendría un Congreso no tan anárquico como el que es de temer de unas elecciones atomizadas, no gestionadas por los partidos, sino por los dueños de los pedazos en que han sido convertidos.
Ahora bien, la crisis, que esta vez arriesga la vida del país, no es, en estricto sentido, producto de irresponsabilidad del estamento político. Ahí discrepo del informe.
No, para peor desgracia. Se trata de mera, simple y llana inconsciencia.
No saben lo que hacen ni presienten los peligros que se ciernen sobre la nación y sobre los propios liderazgos políticos.