Los vínculos históricos, políticos, étnicos y culturales entre Rusia y Ucrania van más allá de los trazados fronterizos dado que Kiev, la capital de Ucrania, fue la primera capital del imperio ruso en el siglo X. De hecho, más de un tercio de la población ucraniana es rusa y habla ruso.
La configuración política de Ucrania como Estado, ancestralmente ha sido frágil debido a las profundas diferencias étnicas y culturales entre sus pobladores. En efecto, han sido frecuentes los movimientos nacionalistas separatistas. Por esas razones y otras de índoles políticas y comerciales, desde el colapso del imperio soviético, las regiones del este y el sur han mantenido nexos muy estrechos con Rusia. Entre tanto las regiones del oeste son más proclives a mantener vínculos con Europa.
La proclamación por parte de fuerzas prorrusas de la República Popular de Donetsk en el este del país no es un movimiento aislado, sino que hace parte del libreto de los intereses estratégicos del Kremlin desde la caída del régimen soviético, en todos los países que formaron parte de su imperio.
Desde la desintegración de la URSS, Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea han pretendido que Ucrania forme parte de la OTAN con el fin de convertir su territorio en un cinturón de seguridad para la defensa de sus intereses en Asia.
Para Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, Ucrania es un territorio clave en el tablero geopolítico de las disputas por el control de los recursos energéticos del Cáucaso, el Mar Negro y en general en Asia. En cambio, para Moscú hace parte de su zona estratégica de defensa. Por los intereses estratégicos de Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, Ucrania, en los últimos años, se ha convertido en teatro de sus disputas internacionales y en un Estado fraccionado entre los partidos y líderes políticos prooccidentales que reciben apoyo de Estados Unidos y de la Unión Europea y los prorrusos que reciben respaldo de Moscú.
Europa y Rusia no quieren perder la torta de un mercado de 45 millones de consumidores. En consecuencia, la mitad de los ucranianos apoya el ingreso a la OTAN y la firma de un TLC con la UE, pero la otra mitad se opone y aboga por mantener sus vínculos con Moscú y, sobre todo, una unión aduanera.
Por las rivalidades entre EE UU, la UE y Moscú por el control del territorio ucraniano, Ucrania es un país que está al borde de una guerra civil y en bancarrota. Según el FMI, para su rescate económico necesita por lo menos 35 mil millones de dólares.
Su crisis política ha puesto sobre el tapete un pulso político entre las potencias y, por consiguiente, un lío energético de marca mayor: la vulnerabilidad energética de Europa. Es claro que tanto a la UE como a Rusia no les conviene entrar en una “guerra” energética por el suministro de gas.
El comercio entre EE UU y Rusia es de 38,100 mil millones de dólares anuales, mientras que el de la UE y Moscú es de 330,000 mil millones de dólares al año, la UE es el principal socio comercial de Moscú y los rusos son a la vez el cuarto mercado para los europeos. Rusia suministra el 27% del uranio que necesita la UE y enriquece el 41% del uranio europeo. Además, Europa importa de Rusia el 67% del petrolero y el gas que consume y el 76% de las exportaciones rusas de estos hidrocarburos van a Europa.
Entonces, la suspensión del suministro de petróleo y gas por parte de Rusia a Europa significaría para la economía rusa perder el 54% de los ingresos por exportaciones que representan el 47% del presupuesto federal ruso. Pese a la dependencia energética de Europa de Rusia, el 80% de las inversiones extranjeras en Rusia son europeas, especialmente alemana, las cuales representan más del 4% del PIB ruso. En conclusión: la dependencia entre rusos y europeos es mutua en el pulso de las potencias por el control de Ucrania.