No podemos pedir firmeza a una sociedad que abdicó los principios que mantienen la verdad como norma de vida. Esa pérdida de valores trastoca la equidad y moralidad del sistema democrático -nunca entendido y menos practicado por los políticos- en el que nos debatimos y al que quienes amamos entrañablemente nuestra patria nos resistimos a perder.
A tal grado ha llegado la privación de la verdad que los eufemismos y el aplazamiento acumulado de tantos propósitos han impuesto total incredibilidad interna y externa del país.
Esto no es nuevo, es lección no aprendida para combatir ese proceso de mentiras, desidia y corrupción por el que estamos condenados a repetir no una sino mil veces los errores que nos han llevado hasta donde estamos, a un paso de negarle un futuro a nuestros hijos y a esa generación joven sin culpa alguna de su abandono gubernamental y que mañana nos señalará como los responsables de no darle siquiera educación, salud, trabajo y seguridad.
Los extremos políticos y la falta de identificación con sus ideales partidarios, que en teoría son aceptables, pierden la razón de ser al engañar y ser protagonistas de este desastre socioeconómico que nos lapida irremediablemente.
Ni la derecha ni la izquierda dan respuestas contundentes. Los que hoy pregonan la izquierda fracasada en todos los países del mundo que la implantaron como el comunismo salvador, no han leído al “Che” Guevara que tanto alaban sin conocer a profundidad y mucho menos entender su pensamiento revolucionario que estorbó y asustó a los vividores del socialismo que los ha enriquecido por la corrupción que compite por igual con la derecha ya probada por nosotros.
Nuestros gobernantes bipolares, por desconocimiento de forma y fondo, viven atrapados en sus marañas siendo un lastre para el desarrollo como país que no es sostenido ni siquiera superado, para mejorar la calidad de vida de la mayoría, en anteposición con la asquerosa minoría asida al poder y la corrupción con un populismo que enferma y el autoritarismo que afrenta.
Hemos perdido principios morales y éticos, pilares de una sociedad comprometida con la verdad, esa que Ortega y Gasset considera “la coincidencia del hombre consigo mismo”. Más aun, perdimos la verdad como razón vital por la que el hombre tiene en su vivir racional lo que le permite saber a qué atenerse.
Esa verdad ya desconocida es razón sobrada para depender de hombres que lejos de procurar bienestar colectivo se enriquecen con la pobreza y la necesidad del pueblo que cada cuatro años apuesta al cambio que nunca llega y posterga todo. Igual desestimamos los valores y principios que dan fortaleza ante la lucha del poder por los políticos que no es para servir al pueblo como gobierno, sino para abusar de él sin misión que respetar y menos visión que implementar y lo que es peor, los que no ganan y pasan a la llanura política, lo hacen para disfrutar la impunidad que este gobierno otorga a los corruptos que fueron autoridades del Estado y que no hacen hoy oposición cívica sino cínica al bloquear cuanta iniciativa sea propuesta.
Ahí es donde nos atrapamos entre el poder y la inacción porque hemos perdido el valor de valorar al hombre por lo que vale en valores y primamos la inmoralidad, deshonor y la corrupción. Nadie garantiza un cambio y así, sin principios no hay finales.