Opinión

Los cristianos conmemoran este domingo una cuestión fundamental de su fe: la Resurrección de Jesucristo tres días después de haber sido crucificado, lo que confirma para ellos la aseveración de que se trata del Hijo de Dios y prueba que Éste cumple con sus promesas plasmadas en la Biblia.

Ya en un plano más terrenal, aconfesional, la inspiración cristiana de la resurrección también tiene una aplicación psicológica y sociológica y es que incluso aquello que ya muestra un grado de sumo deterioro irreversible, muy cercano a la extinción, también puede sanarse, rescatarse, resucitarse.

Y vaya que en estos casos, creer en la resurrección se convierte en un imperativo categórico, para individuos y sociedades que, de otro modo, perderían del todo la mínima fe y esperanza en su capacidad de recuperar el control, de levantarse de entre los despojos, para reiniciar el camino hacia la búsqueda de tiempos y espacios mejores.

Por ejemplo, un individuo que está a punto de caer o ya cayó en la más absoluta indigencia, en el alcoholismo, en la drogadicción, en la delincuencia, en la perversión, en la inmoralidad, en el odio, en el fanatismo o en cualquiera otro fango, mientras viva, siempre tendrá oportunidad de levantarse, de cambiar, de convertirse en un ser humano feliz, dueño de sí mismo, honrado, honesto, bueno, racional.

Por la multiplicidad de los elementos que las conforman y los diversos recursos con que cuentan, incluyendo una mayor cantidad de tiempo, las sociedades, los pueblos, están en muchas mejores condiciones para resurgir vigorosas y exitosas, incluso desde los estados más calamitosos y desesperanzadores en que se encuentren en un momento dado.

Obviamente, la clave para que ese “milagro” sea posible está en la fe, en la confianza en sí mismos, que tengan individuos y pueblos; en la forma de aprovechar hasta las pequeñas oportunidades. Y por supuesto, como en la vida terrenal las cosas no suceden por arte de magia, también se requiere de voluntad, tenacidad y esfuerzos máximos.

Esperemos que la Semana Santa que ya termina, que este Domingo de Resurrección, haya sido de auténtica reflexión, a fin de que los hondureños y Honduras, que muchas veces nos sentimos desfallecientes, próximos al colapso, irreversiblemente hundidos en la pobreza, el subdesarrollo, la corrupción, la delincuencia, la ineptitud gubernamental y otros fangos, encontremos la fe y las fuerzas necesarias para alcanzar nuestra propia resurrección como individuos y como sociedad.