La semana pasada asistí al hospital del IHSS en el barrio Abajo.
Resulta que una doctora que atiende en medicina general, en el cuarto piso, llegó unos 10 minutos después de las 7:00 de la mañana y desde que comenzó a recorrer los pasillos empezó a gritar: “¡Todos los que quieran alabar al Altísimo, vengan a la clínica 13!”.
Entre los que esperaban la respectiva consulta surgieron varios comentarios de que todos los días ocurre lo mismo y que se pasa varios minutos predicando el Evangelio.
Por supuesto que todo ser humano está en pleno derecho de tener sus propias creencias, del tipo que sean, y hasta de convencer a otros para que las sigan. Si se trata de la principal religión de un lugar, como es el caso del cristianismo en Honduras, pues mucho mejor.
Pero la cuestión es que un médico, que trabaja en una institución pública, aplicando los conocimientos científicos adquiridos, con un horario definido y por lo que se le paga un salario, debiera orar todo lo que quiera antes de salir de su casa, en su vehículo y llegar unos minutos antes al trabajo para hacerlo a solas. Eso de hacer culto a cualquier hora y en cualquier lugar es para evangelizadores de oficio o desempleados.
A un médico, aunque trabajara en una clínica cristiana o en una iglesia, se le paga para que aplique su conocimiento científico… y en sus horas libres que puede dedicarse a las cuestiones religiosas.
Cuando un paciente asiste al médico es para buscar asistencia en la salud del cuerpo, para lo otro están la filosofía, la psicología, la psiquiatría o si uno prefiere… las religiones.