Nuestra compatriota Julieta Castellanos –académica, investigadora, rectora de la UNAH-- ha recién compartido con otras nueve damas provenientes de distintos continentes el premio Mujeres Internacionales con Coraje, otorgado por el gobierno estadounidense a féminas que han contribuido a la paz y la justicia de sus respectivas naciones.
Qué duda cabe de que ella posee una altísima cuota de valor, dignidad, claridad de propósitos y amor a su pueblo, para enfrentar –sin claudicaciones y con energía-, aportando pruebas fehacientes, a siniestras y poderosas redes criminales al interior de la Policía, decididas a todo para impedir sean investigados y sancionados sus ilícitos.
La misma actitud y sentido de compromiso asumió la socióloga Castellanos al enfrentar la corrupción –aparentemente impenetrable- que por décadas hizo del alma máter su botín y su rehén, manipulando a su conveniencia el 6% presupuestario para propósitos personales y familiares en desmedro del desarrollo institucional.
La trayectoria consecuente de Julieta Castellanos debe servir de ejemplo para nuestras mujeres y hombres hoy paralizados por el terror y que nos atenaza y reduce a la impotencia, a fin de imitar su ejemplo y denunciar cualquier forma de violencia, cohecho, persecución, chantaje, que atente contra los derechos humanos individuales y colectivos.
Es alentador enterarse de que en una sociedad como la nuestra, con una alarmante carencia de valores éticos y morales, aún contemos con personas honestas, revestidas de suficiente dosis de indignación para repudiar y denunciar arbitrariedades, tropelías, entuertos, que al ser protegidos por la absoluta impunidad se perpetúan y reproducen ante la apatía, indiferencia y miedo de la mayoría poblacional, que opta por el cómodo silencio, inmovilismo e indiferencia cómplices, pensando erróneamente que con ello están a salvo de represalias por quienes tienen secuestrada a la patria.
La rectora retorna a Honduras con la satisfacción de haber respondido a su imperativo categórico: proclamar la verdad, bajo cualesquier circunstancia, de cara al sol, sin dobleces ni concesiones, con la satisfacción más alta: el deber cumplido.