Opinión

Cada quien se viste como quiere y como puede. La moda es un modo de expresión como cualquier otro. ¿Y quién no aprecia a alguien bien vestido? Despierta confianza. ¿Cómo que no? Que después la mantenga es otro asunto.

La dinámica de la sociedad ve un interés creciente de la mujer hondureña en ser referente de distinción. Nuestra industria de la moda no es incipiente, desde siempre cuenta con excelentes modistas y sastres.

Diseñadores, muy pocos antes y pocos ahora. Copiar con relativo éxito un diseño ajeno no caracteriza como diseñador.

Ni que alguien labore en medios de comunicación o se autodefina diseñador le convierte en árbitro del buen gusto, o más específico, en árbitro de la moda. Hay que disponer de experiencia y estudios formales o informales. Al menos.

La reciente toma de posesión presidencial resultó ser un espectáculo fascinante en cuanto a moda se refiere. Algunas probaron no saber qué hacer con tanto dinero y tiempo libre. Difícilmente los extranjeros han podido ver antes semejante pasarela de la moda. Rostros y figuras bellísimas con llamativos atuendos, unos de corte y costura perfectos, otros no tanto.

Eso sí, con el último grito de la moda. Todas bien vestidas, pero raras las apropiadas para la ocasión. Y esto es elegancia. Perfectas: las de trajes o vestidos, de lino o algodón o parecidos, con o sin bordados mate, colores pasteles o primarios, con zapatos cerrados de tacones manejables.

Eso sí, considerando la formalidad y la hora del acontecimiento. Los tacones altos con plataforma, las grandes carteras, los bordados gruesos, salvo detalles, el encaje, la seda, tafetas y telas con brillo, vestidos sin mangas, salvo las niñas, no son para estos eventos.

Por más lindas que se vean sus portadoras. Ante unas inteligentes diputadas empeñadas en parecer inútiles muñequitas, con sus preciosos vestidos de coctel y equilibristas sobre sus zancos, surge la duda de si en realidad cada quien tiene derecho a vestirse como quiere y como puede.

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