Opinión

Merkel no es Hitchcock

Desde que Ben Bernanke, el presidente de la Fed, ha anunciado que podría elevar el tipo de interés bancario, el mundo económico se ha visto sumido en la angustia, ya que la recuperación iniciada en EE UU podría verse afectada y, por consiguiente, toda la economía mundial verse sumergida en la incertidumbre (que perdura desde 2008). Pero, !ay!

Este mismo presidente acaba de declarar que no cambiará de política monetaria; los “mercados” pueden, por tanto, continuar a especular con un dólar devaluado.

El “privilegio del dólar”, detentado de forma imperial por EE UU, añadido a la inmensa deuda pública y privada de este país, pagada indirectamente por el ahorro mundial, son también las dos armas por las que se impone el soft power norteamericano a escala mundial, mientras que en Europa, la política impuesta por la señora Merkel de un “euro caro”, reproduce a su manera el dominio excluyente de Alemania sobre la zona euro. Situación más o menos equivalente a lo que era, en el pasado, una monarquía fuerte en el seno de un imperio decadente.

Así pues, los europeos penden de los resultados de las elecciones alemanas del pasado domingo, como los “mercados” dependen de las insondables voluntades del presidente de la Fed.

En Alemania las cosas son tan poco originales como en los EE UU. Si mañana Angela Merkel, tras una derrota de su aliado liberal, se encontrara en la necesidad de recurrir a la Grosse Koalition y, por tanto, de gobernar con el partido socialdemócrata, no le preocuparía en exceso esta permutación, ya que este partido de “izquierdas” es tan monetarista como ella y no cambiará ni un ápice la estrategia de dominación alemana en la zona euro.

Por otra parte, es por todos reconocido en este país que la política del Banco Central Europeo debe no solo permanecer en el regazo del “ordoliberalismo” alemán, sino, más aún, no atender en modo alguno al crecimiento y, sobre todo, evitar aflojar las tuercas situadas alrededor del cuello de Grecia, de Irlanda y de Portugal.

La explicación que la señora Merkel ha logrado admitir a la opinión pública durante su campaña electoral es, por supuesto, que Alemania está actualmente “pagando” por estos países, pero que ella pone orden imponiéndoles políticas de reducción de gastos que los devolverán a lo que son, es decir, países más o menos subdesarrollados que han pretendido con el euro tener una moneda tan fuerte como el antiguo marco alemán.

Ciertamente, se admite ahora que Grecia necesitará de un tercer plan de ayuda, pero será todavía más draconiano que los precedentes. En efecto, el objetivo hoy en día es privatizar todo en Grecia, algo que han comprendido bien tanto el Gobierno de Atenas como los sindicatos, que rechazan por adelantado abandonar su país a los fondos de pensiones alemanes y a las multinacionales europeas que esperan, con cada vez mayor impaciencia, esta privatización global para lanzarse, cuan buitres carroñeros, sobre el país de Homero.

El euro —y los debates que tienen lugar en Alemania durante esta campaña electoral lo demuestran— no es una moneda europea, sino alemana. Pero también es la moneda de los medios financieros y bancarios europeos.

La señora Merkel es actualmente la garante. Lo será igualmente durante la nueva legislatura que se abre en asociación con los socialdemócratas sin programa alternativo, tanto si están en el Gobierno como en la oposición. Será ella quien fije la estrategia alemana después del 22 de septiembre.

Otra coalición podría haberse perfilado en torno al SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania), con los Verdes y el partido Die Linke, que probablemente podría abrir la vía a otra política monetaria europea, más solidaria y realista. Pero esta alternativa es imposible: el SPD se opone ideológicamente (es socioliberal) y políticamente (teme la competencia de Die Linke).

En cuanto a los Verdes, probablemente han comenzado su lento descenso a los infiernos, pues no han sabido renovar sus temas identitarios desde hace veinte años ni han sido capaces de elaborar una política estratégica a partir de su influencia en la sociedad alemana, sin hablar de su incoherencia, que los hace detractores de la energía nuclear y, al mismo tiempo, del carbón.

Si el imperio del dólar devaluado marcha bien, apenas impugnado por el yuan chino en la lejana Asia, el “euro monárquico” alemán, apoyado por la mayoría de los gobiernos de la zona euro, continuará apretándole el cinturón a los europeos: no cabe esperar suspense, al estilo Hitchcock, por parte de la señora Merkel.