El hecho de que el 90% de los treinta mil maestros aspirantes a cinco mil plazas en las escuelas y colegios públicos del país haya reprobado los exámenes aplicados este año es una muestra más del pésimo estado en que se encuentra la educación nacional.
Y es que este fiasco no puede ser solo atribuido a la inexperiencia de los maestros participantes, tomando en cuenta que muchos de ellos han salido de las más recientes promociones de las escuelas normales o de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán.
De hecho, el año pasado, la Secretaría de Educación realizó una evaluación de maestros que ya están en el sistema y los resultados también fueron muy decepcionantes.
Lo cierto es que nuestros maestros son producto del mismo sistema educativo con el que se han formado todos los hondureños de hoy y se forman también los del mañana.
Es obvio que cualquier intento por mejorar la educación debe comenzar por reeducar, capacitar y actualizar a quienes ya ejercen la docencia en los diversos niveles y reestructurar profundamente los centros que forman a los futuros maestros, creando filtros para que solo accedan a ellos los más aptos y modernizando los planes de estudio. Si bien la principal responsabilidad sobre la calidad de los maestros recae en la Secretaría de Educación, tampoco podemos dejar de lado la culpabilidad de las dirigencias magisteriales que han concentrado sus acciones solo en la búsqueda de mejoras salariales y en matricularse en una lucha ideológica con un partido político.
Si en realidad respondieran a los intereses de sus agremiados, los dirigentes magisteriales, quienes eternizan en sus puestos, deberían poner énfasis en la formación, en la capacitación y en la actualización de los docentes a fin de lograr su crecimiento profesional y, con ello, la garantía de ascensos y mejoras económicas, no solo en el sistema público sino también en el privado, que también tiene graves deficiencias.
Contar con mejores maestros es un tema de importancia superior para Honduras y por eso todos los sectores nacionales deberían aportar lo que esté a su alcance, ya que lograr ese objetivo traería beneficios no solo para la base magisterial sino también para los niños, para los jóvenes, para los padres de familia, para Honduras.
Ojalá que este nuevo fiasco de los maestros sea el acicate que necesitamos para reorientar el rumbo educativo del país.