Jesucristo era una mansa paloma; pero sí tuvo dos momentos, según los relatos bíblicos, en que se salió de sus casillas.
Una fue cuando expulsó a los mercaderes del templo y la otra cuando arremetió con una furia de huracán contra los hipócritas que se golpean el pecho hasta en las plazas públicas (que eso son los templos hoy cuando se transmite por televisión e Internet las ceremonias que allí se realizan.)
“Sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muerto y toda clase de impurezas”. Esto parece un retrato hablado de farsantes conocidos que han hecho de la religión una forma de vida, pero en la práctica son tan farsantes, fatuos, corruptos y aprovechados como el peor de los políticos tradicionales.
Por eso, esos encuentros de políticos con dirigentes religiosos ya conocidos no pueden aportar absolutamente nada bueno para este explotado país.
Es triste que después de todo lo que nos ha enseñado la historia, incluso en el más reciente pasado, todavía haya quienes en vez de buscar solución práctica a los problemas del país todavía creen que un farsante religioso o varios de ellos pueden hacer cambio alguno. O que a puras oraciones las cosas van a cambiar.
No hombre, como dice Pepe, hay que arremangarse la camisa y trabajar.
Del cielo no nos va a caer nada y si eso fuera posible tampoco podríamos esperar nada bueno si usamos como “intermediarios de Dios” a estos vividores, de la secta que sean.
Imagínense que, incluso hay jefes policiales y militares que dicen ser cristianos y que creen que con prédica sectaria de ese tipo se va a combatir la criminalidad…