Recientemente se generó un intercambio mediático entre el candidato presidencial nacionalista, Juan Orlando Hernández y el candidato presidencial liberal, Mauricio Villeda. Hubo explosiva reciprocidad en las consideraciones vertidas. El actual presidente del Congreso delineó a Villeda como parte de la ultraderecha, íntimamente relacionada con los sectores conservadores del país, que estarán en contra de todas las reformas que beneficien a las grandes mayorías. Por su parte Villeda, sin mucho rodeo, exigió a Hernández que renuncie de su posición privilegiada como titular del Poder Legislativo. “Compitamos en igualdad de condiciones, desde la llanura”, desafió Villeda a Hernández. Interesante preámbulo para lo que será la campaña presidencial.
Hernández Alvarado ha tenido una carrera política muy acelerada. Fue electo como diputado por el departamento de Lempira y nombrado Subjefe de bancada en 1998 con solo 30 años de edad, en una época donde la juventud no era un atributo atractivo para el electorado. En el siguiente período se convierte en Secretario de la Junta Directiva Congreso Nacional, la cual era presidida por el actual Presidente Constitucional, Porfirio Lobo Sosa. Esta intima relación que se observa entre ellos hoy viene consolidándose desde hace mucho tiempo. Seguidamente se convierte en Secretario del Partido Nacional, siempre acompañando a Lobo en la búsqueda de la unidad del partido y diseñando lo que posteriormente se convertirá en la transformación del Partido Nacional hacia la doctrina del Humanismo Cristiano.
De cuna humilde y con un incansable espíritu de superación, Juan Orlando Hernández es un ejemplo para toda la juventud hondureña. Demuestra que los espacios de la política se pueden abrir para todos los ciudadanos. ¿Qué espera esta población de Juan Orlando? Que demuestre que su liderazgo está fundamentado en la ética y la moral. Ha logrado unir a su partido después de unas elecciones internas muy reñidas, incorporando a los principales acompañantes del movimiento de Ricardo Álvarez a su campaña aun en medio de acusaciones pendientes de resolver sobre un supuesto fraude. Hábil negociador que ha logrado aliarse con casi todas las bancadas del Congreso, incluyendo a la de Unificación Democrática, la Democracia Cristiana y la facción rosenthalista del Partido Liberal. Con todo este poder político, se esperaría de Hernández que se aparte de todo lo que pueda perjudicar su imagen. No necesita apalancarse del poder que puede usurpar de su posición actual en el Congreso Nacional. Se debe abstener que le deban favores a través de los proyectos que se puedan aprobar en la Cámara Legislativa. Le beneficiará apartarse de insinuaciones como la que se ha difundido por diputados de la oposición en la cual la presidencia del Congreso manejará la electrificación de 700 aldeas con un préstamo público, atribución exclusiva del Poder Ejecutivo en su papel de administrador a través de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica. Todo este ruido es innecesario y debería evitarse a través de una acción de altura como sería renunciar a la presidencia del Legislativo. ¿Quién podrá cuestionar su integridad después de tal acto de valentía?
Las polémicas recientes que ha protagonizado el Legislativo, donde se demuestra el autoritarismo y el irrespeto a la institucionalidad con los ataques a la Corte, debilitan la imagen de Juan Orlando, aunque definitivamente fortalecen los mecanismos de control absoluto que pareciera le interesa tener. Con la eliminación abrupta de las exoneraciones, se sigue dañando profundamente la imagen internacional de Honduras para la inversión y se desincentiva al empresariado a continuar apostándole al país. ¿Es esto lo que debemos esperar de Hernández como presidente de la República?
Ahora bien, las decisiones son de Juan Orlando Hernández, y las interpretaciones son del pueblo hondureño. “Por sus actos los conoceréis” reza un pasaje bíblico, que honra y enaltece a los líderes con trayectoria íntegra, los cuales tanta falta le están haciendo a Honduras.