Opinión

Líderes e improvisaciones

La historia nos muestra que los líderes hacen la diferencia en situaciones difíciles o complejas. Hay quienes dicen que las circunstancias los crean; sin embargo, la historia muestra que hay personas con atributos de tal naturaleza que han motivado cambios paradigmáticos en sus sociedades. Lo anterior, independientemente del marco ideológico en el cual se ubica ese liderazgo. Es así como desde una derecha autoritaria y un modelo económico monetarista, el general Augusto Pinochet encauzó a Chile por una senda que propició el milagro económico chileno, y que aun con el retorno a la democracia perdura porque es beneficioso para el desarrollo de ese país. En Brasil surgió la figura de Ignacio Lula da Silva, quien desde una perspectiva de economía mixta, algunos dirían socialista o de izquierda, logró avances significativos en reducir la pobreza en su país, impulsar su desarrollo y proyectarlo como una de las potencias mundiales del siglo XXI.

Otro modelo de liderazgo, de naturaleza caudillista, es el coronel Omar Torrijos de Panamá, quien desde una perspectiva nacionalista y popular logró mediante los Acuerdo Carter-Torrijos lo que muchos consideraron demagogia y utopía: reivindicar para la República de Panamá la zona del Canal, asegurándole a ese país una viabilidad económica envidiable que con el pasar de los años está desplegando. Más próximo a nuestro país, el salto paradigmático más emblemático es indudablemente el de Costa Rica, la cual tuvo en el entonces joven presidente José Figueres, la figura que con visión impulsó reformas e inversiones que aprovechando las ventajas comparativas de ese pequeño país lo ha colocado como referente en materia de desarrollo social y ambiental a nivel internacional.

En Honduras necesitamos un liderazgo con la capacidad, visión y coraje para impulsar los cambios que permitan desarrollar para beneficio de su población las múltiples ventajas comparativas que tiene el país. Líderes que aprendiendo de la experiencia histórica nuestra y de otras sociedades, particularmente las latinoamericanas, comprendieran que si no hay inversión no hay crecimiento ni desarrollo. Que las inversiones con el mayor efecto multiplicador en la economía es la inversión privada; que los gobiernos, aun de los países ricos desarrollados, como lo observamos es el caso en España, Italia y los mismos Estados Unidos no tienen suficientes recursos para atender todas las demandas de sus habitantes.

El axioma es sencillo: las demandas son ilimitadas, los recursos no lo son. Pinochet en Chile y Lula, y antes que él Enrique Cardoso, en Brasil, uno de derecha y los otros de la izquierda, privilegiaron las inversiones. Lo que significó aplicar políticas favorables a la inversión nacional y extranjera facilitando y transparentando los trámites requeridos para reducir la corrupción. Fomentando la competencia y brindando las garantías legales adecuadas a las personas como a sus bienes. Es incongruente hablar de garantías a la inversión cuando se percibe que desde el mismo gobierno se condona invasiones a propiedad privada. Asimismo, las continuas modificaciones tributarias desalientan la inversión.

Las experiencias muestran que lo determinante no es tanto el modelo sino la coherencia con el cual se aplica. Son la inconsistencia e incertidumbre las que nulifican medidas buenas. Más que un Plan de Nación lo que necesitamos es un liderazgo visionario y consistente. Ya tenemos un plan y ni los que los aprobaron lo aplican. La improvisación no es la mejor manera de gobernar.