Opinión

Las verdaderas causas

Después de años de discusiones, sin expectativas todavía de solución, no hay acuerdo acerca de las causas de la crisis económica global.

Las depresiones de la economía son muy antiguas. Podemos verlas en las sociedades clásicas, como Grecia y Roma. Pero desde mediados del siglo XIX hay ciclos depresivos cada cierto tiempo. Todo esto parece indicar que causas estructurales son comunes a épocas, sistemas y modelos.

Diversos expertos, como Krugman y Stiglitz, premios Nobel de Economía, asocian la actual crisis a la excesiva concentración de la riqueza, y al consumismo planetario.

Se observa además la relación causal que hay entre el consumismo, la globalización y la degradación del ambiente.

Una señal de que se adquiere conciencia de estas relaciones, es que la conferencia de Río sobre el planeta analiza la protección del ambiente en conjunto con el desarrollo sostenible.

Pero en la conferencia Río+20, de junio recién pasado, el presidente de Uruguay, don José Mujica, hizo un llamado a la conciencia mundial que cambia por completo los puntos de partida y los propósitos de la lucha por el desarrollo y por la defensa del ambiente.

Fue un discurso coloquial, breve, llano, libre de tecnicismos. Fue una reflexión cuya profundidad queda escondida por la sencillez del razonamiento.

“¿El modelo de desarrollo y de consumo que queremos, es el actual de las sociedades ricas?”, preguntó Mujica.

“Hemos creado esta civilización… hija del mercado, hija de la competencia, que ha deparado un progreso material portentoso y explosivo”.

“Pero la economía de mercado ha creado una sociedad de mercado, y esta globalización, que alcanza todo el planeta”.

“¿Estamos gobernando esta globalización o ella nos está gobernando a nosotros?”.

“No veamos al planeta para desarrollarlo solamente, veamos el planeta para ser felices, porque la vida es corta y se nos va. Y ningún bien vale como la vida”.

“No podemos seguir indefinidamente gobernados por el mercado. Tenemos que gobernar al mercado”.

“La causa está en la civilización que hemos construido, y por eso el problema es político”.

Es cierto. El individuo vive para trabajar, consumir, pagar, trabajar, consumir, pagar, y así en forma repetitiva y permanente. Cuando menos lo espera, dice Mujica, “es un viejo al que se le va la vida”.

“¿Es este el destino de la vida humana? ¿Solamente consumir?”, insiste Mujica.
Se puede agregar que el consumismo y la primacía de las cosas sobre la gente nacen con la civilización occidental.

El pensamiento oriental siempre ha buscado más la riqueza espiritual que la material, salvo la China de hoy, que es fuente y destino de un consumismo sin freno. Cristo, Buda, Confucio, Lao-tse, Mahoma, predican contra el apego a las cosas materiales y valoran el espíritu, la meditación y la solidaridad.
El discurso de Mujica fue recibido con breves aplausos de cortesía.

Habrán pensado que era más propio de una iglesia, o de una cátedra.

Sin embargo, hacían falta la convicción profunda y el valor del presidente uruguayo para decir a los expertos de la economía convencional que están trabajando bien en la dirección equivocada, que la vida de la humanidad y del planeta cuentan más que los extravíos del mercado.

Hacía falta coraje -y cierta ingenuidad- para proclamar que estamos aquí para ser felices, y que no lo somos, ni los ricos ni los pobres; y que no lo seremos si no ponemos la vida y la tierra como objetivos de las políticas económicas y ambientales.

Hasta ahora, uno de los pocos pensadores que ha tratado el tema es el papa Ratzinger, quien ha propuesto una alianza de las religiones para presionar por un cambio en la globalización y el consumismo.

Mujica concluye con un trozo de sabiduría aymara: “Pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita infinitamente mucho”.

Quizás se comienza a entender que tras el consumismo y su perversión del mercado, hay una patología social que hunde más al individuo en la soledad.

Quizás comienza la búsqueda de una economía centrada en el ser humano y en la vida. No hay, hoy, empeño más urgente ni más valioso para la humanidad.

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