Cada uno de los ciclos vitales posee características y retos específicos y el ser humano debe saber adaptarse tanto a los cambios psicofísicos inherentes a cada uno como a las presiones y demandas sociales.
Se ha comparado la evolución biológica, mental y emocional de nuestra existencia con las estaciones climáticas.
Primavera, con su florecer, en que la plenitud y esplendor de la naturaleza incluye también el crecimiento, la energía desbordante de la vida: infancia y adolescencia,
etapas formativas en que tanto lo positivo como lo negativo dejan huellas, recuerdos, vivencias indelebles.
Es cuando el idealismo juvenil y la rebeldía ante las injusticias, deben ser canalizados, de manera creativa, en pro de lo bueno y lo recto.
Verano, tórrido, coincide con la adultez, la productividad y creatividad, la independencia y reafirmación propias, la fundación de una familia, con las responsabilidades, deberes y obligaciones que ello conlleva, ya que no solo se trata de perpetuar la descendencia, igualmente el inculcar valores morales, éticos, cívicos.
Otoño, cuando el follaje multicolor de la arboleda deslumbra cual arco iris, así también se alcanza el momento de la consolidación existencial, en que brindamos lo mejor de nuestro talento y creatividad, al contar ya con una visión retrospectiva que permite repasar lo hasta ahora actuado y pensado, sopesando tanto lo que nos propusimos como lo que logramos alcanzar.
Invierno, con el caer de las hojas arrastradas por el viento y el descenso de la temperatura que nos obliga a abrigarnos y guarecernos de los rigores del frío, lo cual es propicio para meditar sobre nuestro transcurrir en este mundo, sabiendo que nos acercamos al crepúsculo, al ocaso, pero siempre, como en fases previas, esperando continuar dando y recibiendo afectos, comprensiones, ternuras.
Cuatro momentos, cada uno con satisfacciones y sinsabores, que, en conjunto, establecen si dejamos al menos un aporte o, si por el contrario, nos conformamos con vegetar, dejando que el implacable tiempo se escapara sin haber dejado una huella y un legado, indiferentes con lo que acontecía a nuestro alrededor, siendo espectadores más no actores.
Esa diferencia es la que determina si una persona y/o una generación fueron decisivas, marcando época, o meramente subsistiendo, sin pena y sin gloria.