En un comentario sobre el artículo anterior de esta columna, un lector criticó la calificación de “inobjetables” atribuida a las elecciones venezolanas, porque Chávez –afirma el lector– abusó de su control sobre los entes públicos y utilizó “hackers” de la inteligencia cubana.
Algunos amigos me han reclamado, molestos, por los datos del artículo sobre el pobre desempeño económico del gobierno venezolano. Estas reacciones son sorprendentes. Capriles aceptó su derrota con hidalguía y sin reservas; los números del fracaso económico de Chávez están en Internet (Banco Mundial, BID, FMI, CEPAL y otros).
Se trata de una suerte de miopía selectiva que solo deja ver las ideas preconcebidas.
Es inquietante. Me recuerda la crisis de 2009, cuando familias y amistades, divididas por enconados prejuicios ideológicos, eran incapaces de escuchar cualquier opinión contraria. No estuvimos muy lejos de una guerra civil.
¿Por qué a veces no vemos más que lo que queremos o necesitamos ver, y desdeñamos razones por el hecho de ser diferentes a las nuestras?
Una causa podría relacionarse con la manera en que cada quien aprende, razona y decide.
Nuestro contacto cotidiano con la realidad es concreto. Creemos en lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y paladeamos, tal como comenzó la especie humana. Pero la vida requiere también conceptos que no son concretos, sino abstractos, que no podemos apreciar con los sentidos.
Así progresó el cerebro de la especie humana, de lo concreto a lo abstracto, de las cosas a las ideas.
Los lógicos llaman “abstracción” al paso de lo concreto a lo abstracto. Concreto es, por ejemplo, una naranja, un limón, un mango.
Al aislar los rasgos comunes compartidos por esos y otros objetos similares, se llega al concepto de fruta.
A la especie humana le tomó millones de años pensar en forma abstracta. El cerebro tuvo que crear su mente para tener la conciencia de uno mismo y construir conceptos tan generales como amor, odio, miedo, amistad, política, ideología.
Pero entre más general es el concepto que se abstrae, más rasgos específicos de la cosa concreta son aislados, y menor es el contacto de la idea general así obtenida con la realidad.
Se sigue de ahí que los conceptos abstractos, como las causas políticas y las ideologías, no son aplicables directamente a la vida práctica.
Para conectar una idea general con la realidad es preciso restituir a la cosa abstraída algunos de sus rasgos aislados en la operación original.
Los lógicos llaman “operacionalizar” a este procedimiento, es decir, volver operativa, perceptible, la idea general.
Por eso es que el sentido común es tanto menos efectivo cuanto mayor sea la generalidad de la idea o del proceso al que se aplica.
¿Con qué juzga la gente la viabilidad, la justicia, el realismo de una idea o de una ideología política, y a los hombres que las promueven? Pues con su sentido común.
La política y las ideologías son cosas ideales. La inflación, la devaluación, el déficit fiscal, la inseguridad, el desempleo, la corrupción, son cosas reales. La confusión entre lo real y lo ideal –entre lo abstracto y lo concreto– jamás queda sin castigo.
Hay un peligro mayor. Las ideologías –en la política, en la religión, en la economía, en la ciencia, en el arte, en todo conocer abstracto– pueden ser, además de necesarias para investigar, también ilusiones para convencer.
Entre una ideología política hermosa y la demagogia de líderes y partidos, media mudable frontera, que es invisible al sentido común.
Cuando las ideologías son manipuladas por oportunistas y grupos de poder, comienzan por ignorar las opiniones disidentes y terminan por atropellar los derechos de quienes las sostienen.
Así nacen los fundamentalismos ideológicos, religiosos, políticos, económicos, étnicos, que han hecho tanto daño a la humanidad, que tanto la han atrasado en la búsqueda de la ciencia y de la fraternidad.
Nosotros ya sufrimos la confrontación civil por ideologías y propósitos contrapuestos y nunca explicados, ni por quienes propusieron ni por quienes objetaron.
No más cuentos. Exijamos ofertas políticas tan claras y concretas como los medios y los tiempos que se utilizarían para implantarlas. ¿Por qué aceptar menos?